Tribuna

‘Gaudete et exsultate’: la alegría de las Bienaventuranzas

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El notable escritor francés León Bloy (1846-1917) termina su libro ‘La mujer pobre’ con una frase estremecedora y memorable: “Solo existe una tristeza, la de no ser santo”.

No me extrañaría que esta frase haya influido en el Papa, porque, como profesor que fue de literatura en su juventud, suele citar a poetas y novelistas franceses como León Blois, Georges Bernanos, entre otros. En términos positivos, diría que la exhortación ‘Alegraos y regocijaos’ (Mt 5,12) es una invitación a vivir la alegría de las Bienaventuranzas, o la alegría de ser santos.

El género “exhortación apostólica” me parece que le va bien al papa Francisco. El género “exhortación” no tiene la enjundia ni el tono magisterial de una encíclica, pero tiene la espontaneidad de un consejo y también está básicamente orientada a la vida práctica. El magisterio teológico de Francisco es eminentemente espiritual y muy centrado en la vida ordinaria de los cristianos. Es un pastor con los pies en el suelo.

Su primera exhortación apostólica fue la titulada ‘Evangelii gaudium’ (‘La alegría del Evangelio’), calificada por él mismo como el texto programático de su pontificado. La segunda la tituló ‘Amoris laetitia’ (‘La alegría del amor’), que constituye una gran reflexión sobre el amor cristiano y una verdadera y amplia lección de la teología y de la moral del matrimonio y de la familia. Y la tercera exhortación que ahora nos ocupa, es la que lleva por título ‘Gaudete et exsultate’ (‘Alegraos y regocijaos’), frase que remite al Sermón de la Montaña y a las Bienaventuranzas.

Siguiendo las huellas de san Francisco

Resulta muy significativa la repetición, en los títulos de los tres documentos citados, de la palabra latina ‘Gaudium’ (alegría, gozo, paz). Francisco quiere seguir las huellas de san Francisco de Asís, el hombre de la paz, de la alegría, del respeto de la creación, de toda persona humana. Y quiere situar a los cristianos en la autopista de la alegría porque “un santo triste es un triste santo”.

El Santo Padre es consciente de que la secularización avanza, especialmente en el continente europeo. Sabe que los cristianos, en muchos lugares, se sienten como “minorías”, como levadura en la masa. Pero, con un talante muy franciscano, se propone ayudarnos a no perder la alegría, el gozo y la paz de la fe. A pesar de todo, en medio de cualquier circunstancia o lugar, la alegría de la santidad es posible. Con una moral baja y sin la alegría de la fe, Francisco nos dice que poco podemos ofrecer a un mundo que, a pesar de la descristianización ambiental, manifiesta un deseo de búsqueda y una auténtica hambre espiritual. ¡Qué hermoso es ofrecer a los hermanos nuestro mejor tesoro que es la fe, que es la alegría de sabernos amados y salvados por el Señor!

La tercera exhortación de Francisco asume en profundidad una de las líneas doctrinales destacadas por el Concilio Vaticano II: la llamada universal a la santidad. Y dice a la mayoría del Pueblo de Dios, al cristiano medio, al “vecino de la puerta de al lado”, que la santidad, por ser gracia y don de Dios, es un ideal accesible a todos los bautizados, a todos aquellos que sean capaces de acoger con humildad las Bienaventuranzas de Jesús como un don, como una gracia y como una alegría en el Espíritu Santo. Abriendo el corazón a Dios, acogiendo su mensaje, dejando que Él nos modele por dentro, llegaremos a ser santos porque la santidad es dejar que Dios nos cambie el corazón y seamos trasparencias de su amor y de su paz.

 

*Prólogo de ‘Alegraos y regocijaos. La llamada a la santidad en el mundo actual’ (PPC)