Tribuna

Encontré al Amor de mi alma…

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Sobre los años 80, había acabado mis estudios universitarios y trabajaba en un negocio familiar. Me había instalado en el mundo. Estaba profundamente arraigada en banalidades, pero me sentía cayendo hacia un vacío, que intuía que el resto de toda mi vida y mis esfuerzos me llevarían a perderme más. Poco más se podía esperar de mí.



La muerte inesperada de mi padre y, en menos de tres años, la de mi hermano de 37, por enfermedad, me sacudieron fuertemente. Volví a entrar físicamente en la iglesia, pero con una gran sequedad espiritual y sintiéndome muy sola.

El tiempo que había dedicado junto a mi madre a acompañar a mi hermano en el hospital me ayudó después a querer dedicar parte de mi tiempo a otros, visitando enfermos. La Virgen me rescató en un grupo de la Legión de María, de una parroquia de Barcelona. Después, empecé a colaborar en la catequesis de Primera Comunión de la misma parroquia.

Poco a poco fui perdiendo las capas de mundanidad y quedé  como quien  queda con muchas heridas a la intemperie, esperando ser curada. Dios puso en mi camino a un grupo de personas, una comunidad, que me acercó de nuevo a la Iglesia y a ese “encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da un nuevo horizonte a la vida, y con ello, una orientación definitiva” (Benedicto XVI – Deus Caritas est).

Fue como si desde aquella soledad de mi naufragio, tan larga, una mano me izara a una barca: la Iglesia. Se perdieron en el horizonte esos paisajes tan desolados, ese mundo tan vacío en que me había quedado atrapada.

Dos compañeras de esta comunidad fueron consagradas en el Ordo Virginum. Su mismo padre espiritual tuvo la delicadeza y paciencia de prepararme. En una confesión general de mi vida empecé a vivir con sentido el “estar en el mundo, sin ser del mundo”. Aún no era consciente de todo el bien y consuelo que este camino me iba a traer….

Cuando supe “Quien me amaba, Quien me ha estado esperando durante toda mi vida, Quien me busca porque me quiere, Quien es el que me quiere llenar, Quien quiere ser mi vida”: esta oración fue una declaración de amor: “Soy Jesús que vivo para ti”.

Él abrió mi esperanza, porque desde entonces he sentido grandes deseos de haber sido mejor, de serlo, y de hacer llegar a los demás todo lo bueno que Él ha depositado en mí, y que no he sabido valorar antes.

El gran amor de Dios

El mundo me ha dejado heridas, y a veces no sé evitar que mi amor propio quiera imponerse de nuevo. Que queriendo hacer las cosas bien, no salgan bien. Espero del gran amor de Dios que enderece y resuelva lo que yo he torcido, que pueda agradecerle con mi vida que me preservó del mal, y que pueda intentar amar con su Amor. Él me da esperanza para hacerlo.

Mi apostolado en la diócesis ha estado limitado a la catequesis. Mi madre padeció un deterioro físico y mental durante 15 años. Con la ayuda de la Virgen, era como tener Lourdes en casa. Murió hace dos años, con 95 agotó sus fuerzas. Agradezco a Dios ese regalo de su vida, porque también me enseñó como aceptar el ser totalmente dependiente, a desprenderse de todo, para esperarlo  todo de otro.

También lo espero todo de Otro. El cántico del Cantar de los cantares –“Encontré al Amor de mi alma, lo he abrazado y nunca lo soltaré”– me da una gran esperanza porque sé que es Él quien me abraza y quien nunca me soltará.

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