Tribuna

El Seibo vuelve a celebrar el milagro de la solidaridad

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La noche del domingo 18 al lunes 19 de septiembre fue muy difícil y demasiado larga para los moradores de la región oriental y, más aún, para las comunidades de la provincia de El Seibo. El huracán Fiona entró por el pueblo de pescadores de Boca de Yuma en categoría 2 a más de 160 kilómetros por hora con lluvias muy fuertes. Tardó más de lo habitual en amanecer y después se produjo una gran calma.



Cuando parecía que ya se había acabado la pesadilla, volvieron los vientos y los aguaceros con más fuerza; era el ojo del huracán, que duró largo tiempo, pues se movía a solo nueve kilómetros por hora, transcurriendo como un molinillo por donde pasaba. Los daños materiales son cuantiosos e inevaluables: miles de viviendas descobijadas y tumbadas por completo; cientos de personas desplazadas de sus hogares; grandes áreas de cultivos destrozados: cacao, yuca, ñame, aguacate, mango, chinola, plátanos, etc.

Una víctima mortal

Además, hubo que lamentar la muerte del señor Blas Cepeda por infarto, al ver su casa destruida en Peña Blanca de Magarín. A destacar, la importante labor de las autoridades y de los organismos de asistencia que lograron, tanto de forma presencial como a través de los consejos en Radio Seibo, convencer a las familias con el fin de que dejaran sus casas al lado de los ríos y en los lugares vulnerables para ser acogidos por sus familias o en los albergues.

Radio Seibo sufrió la fractura en varios tramos de su antena de FM, de 52 metros de altura, cayendo a la Avenida Libertad y al techo de la clínica de la Fundación Sonrisa. Por el impacto también se dañaron muchos paneles que dan la energía a la emisora. El proyecto de agricultura “Virgen de Covadonga”, que tiene como objetivos la creación de fuentes de trabajo, ser escuela de formación y sostener la economía del Centro de Salud “Fr. Luis Oregui”, también sufrió el embate de los fortísimos vientos: los ocho invernaderos de 1.000 m2 cada uno tienen dañadas sus estructuras metálicas y los techos-laterales están destruidos. Las cosechas de ajíes, pepinos, tomates, etc., se perdieron por completo.

Miguel Ángel Gullón, misionero dominico en El Seibo, República Dominicana

Días tristes

Los días siguientes fueron muy tristes porque se iban dando a conocer todos los destrozos en los campos más alejados de la provincia que hasta entonces habían permanecido incomunicados por la caída de los árboles, postes de la electricidad, crecidas de los ríos y caminos intransitables. Todo el mundo coincide en la siguiente reflexión: Fiona ha dejado al descubierto la inmensa pobreza que existe desde hace muchos años, ha corrido el telón que ocultaba a una provincia totalmente empobrecida por el acaparamiento de tierra y el monocultivo asfixiante que la ocupa.

Pronto salió con fuerza el arcoíris de la esperanza que hizo olvidar tanta destrucción. El huracán no podía tumbar tantos corazones y mentes solidarias que se unieron con el firme propósito de reconstruir lo que se había perdido. El milagro de la solidaridad emergió con una fuerza insospechada aliviando el dolor y sufrimiento de muchas familias que depositaron su confianza en el Dios de la vida.

Todos unieron esfuerzos

Este milagro ha sido posible gracias a muchas personas e instituciones que unieron esfuerzos para enviar alimentos, medicinas, materiales de construcción y, sobre todo, entretejieron lazos de amistad y gratuidad. En Santo Domingo, Santiago de los Caballeros y otras ciudades se constituyeron centros de acopio que después traían a El Seibo para compartir con las familias damnificadas.

Ha vuelto a pasar la misma experiencia que se vivió hace cinco años con el huracán María: en el equipo de Radio Seybo se decide en el momento del desayuno el lugar donde se llevarán en la tarde las raciones alimenticias y la ropa; sucede que, cuando se lleva todo lo que llegó a una comunidad, al día siguiente se llena el salón, pero cuando se deja algo, entonces llega menos al otro día. Por eso, la solidaridad se multiplica y se contagia de la forma más bonita. La solidaridad es como la levadura que fermenta todo lo bueno que hay en las personas haciendo posible el paraíso soñado por todos: la fraternidad.