Tribuna

El papa Francisco, profeta de esperanza, por Antonio Pelayo

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Lo confieso: el título de este comentario no es mío; se lo he pedido prestado a un eminentísimo colega. El cardenal Amigo concluía así un reciente artículo en Vida Nueva: “Dios ha enviado a la Iglesia un profeta de esperanza: el Papa Francisco”.



Bergoglio es como un manantial ubérrimo: desde su mente y su corazón manan sin cesar aguas que riegan los surcos sedientos de la Iglesia y de la humanidad. Son aguas purísimas porque nacen en las cumbres de un pensamiento que se nutre de oxígeno incontaminado y, al mismo tiempo, emanan desde la profundidad de una reflexión que no se deja agitar por turbulencias pasajeras.

Pero como sucede con las aguas de nuestros manantiales, estas en vez de llegarnos directamente, lo hacen en más de una ocasión a través de botellas envasadas y no es lo mismo. Aludo a que con alguna frecuencia, sus palabras son “embotelladas” por quienes se creen capaces de interpretarlas e incluso manipularlas.

Cien por cien Bergoglio

Pues bien esto, no ha sucedido con el texto Un plan para resucitar que ha publicado Vida Nueva. Son páginas “bergoglianas” al cien por cien, redactadas y escritas de su puño y letra con un inconfundible sello personal. Podríamos calificarlas como DOC, de origen controlado.

Me ha llamado la atención la insistencia con que aparecen en sus líneas estas palabras: alegría, esperanza, espíritu, mujer, pueblo. Son como los ejes de una reflexión que el Papa quiere hacer llegar en esta trágica situación del coronavirus “que nos desorienta, acongoja y paraliza”. Y lo hace desde la perspectiva de la Resurrección de Jesús, “que sale a tu encuentro, te saluda y te dice: alégrate”.

Reconocimiento del “genio femenino”

Desde el comienzo de su meditación Bergoglio subraya que son las mujeres las primeras “capaces de ponerse en movimiento y no dejarse paralizar por lo que estaba aconteciendo”. Es su reconocimiento al “típico, insustituible y bendito genio femenino” y son ellas, “las discípulas” –como las llama–, las que vuelven sobre sus pasos, una vez recibido el mensaje de que el Señor ha resucitado, para contar a los discípulos que “la vida arrancada, destruida, aniquilada en la cruz ha despertado y vuelve a latir de nuevo”. Esta frase es una cita del libro El Señor, obra fundamental del teólogo italo-alemán Romano Guardini, escrita a principios de los años 30.

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Las mujeres, al ir a ungir el cadáver del Señor, se preguntaban: “¿Quién nos correrá la piedra del sepulcro?” .Y una pregunta tan inquietante es la que el Papa detecta en el momento actual: la pesantez que amenaza a las personas vulnerables y ancianas, a las familias angustiadas por la carestía, al personal sanitario y a los servidores públicos “exhaustos y desbordados”. Pero también reconoce que “todos ellos no dejaron de hacer lo que sentían que podían y tenían que dar”. Pero ante esta situación, el Señor resucita “y nos precede en nuestros caminar removiendo las piedras que nos paralizan (…) esta es nuestra esperanza que no nos podrá ser robada , silenciada o contaminada”.

Lo que el Santo Padre nos quiere hacer llegar ante tanta incertidumbre es que “Dios jamás abandona a su pueblo, está junto a él siempre, especialmente cuando el dolor se hace más presente”. Y esta es otra de las palabras más presentes en su meditación: pueblo. Tenemos que actuar como un solo pueblo. Ya lo había dicho en ‘ Laudato si’ insistiendo en que, en esta crisis como en la lucha contra el hambre, las guerras alimentadas por ansias de poder y la devastación del medio ambiente, la familia humana debe estar unida. “La justicia –concluye su escrito–, la caridad y la solidaridad” son los anticuerpos que nos permitirán vencer a este virus y entrar en la civilización del amor, que es una civilización de la esperanza.

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