Tribuna

¿Dios ha muerto?

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Una de las aseveraciones más dramáticas y polémicas de la filosofía es aquella que afirma que Dios ha muerto. Tradicionalmente se le ha atribuido al filósofo alemán Friedrich Nietzsche, aunque realmente no le pertenece.



Nietzsche la toma de otro alemán, también filósofo, G. W. F. Hegel quien, a su vez, parece tomarla de Martín Lutero. Hegel estaba familiarizado con la obra de Lutero y la afirmación, refiriéndose a Cristo, sobre la muerte de Dios, respaldándose para ello en la communicatio idiomatum, que se remonta a la etapa antigua del Cristianismo y según la cual, en razón de la unicidad de persona en Cristo, se da respecto de él una predicación recíproca de propiedades y acciones, de forma que lo que se dice de él en cuanto hombre es también válido en cuanto Dios y al contrario.

Sin embargo, poco se señala al poeta, también alemán, Jean Paul Richter, quien en 1796, con 33 años, la edad de Cristo al morir, un pequeño opúsculo con un terrible nombre: Discurso de Cristo muerto desde lo alto del cosmos diciendo que no hay Dios. Escribe Jean Paul: “He cruzado los mundos, he penetrado en los soles, he volado en compañía de las vías lácteas por los desiertos del cielo; pero no hay Dios. Hasta donde llega la sombra del ser, hasta allí he bajado, y he mirado en aquel abismo, y he llamado: «Padre ¿Dónde estás?», pero lo único que hasta mis oídos ha llegado ha sido el estruendo de la tempestad que nadie gobierna”. Creo que la idea nietzscheana guarda más estrecha relación con este señalamiento de Jean Paul que con cualquier otro.

Dios ha muerto

“Si Dios ha muerto, todo está permitido”, señala amargamente Dostoievsky en Los hermanos Karamazov, resaltando el carácter moral del señalamiento. Aspecto que también conmueve a Nietzsche. Lo conmueve porque ve en esas palabras resumida lo que para él expresaba la muerte de la moralidad cristiana. El Cristianismo, así parece verlo, se ha consumado y consumido en sí mismo. ¿Dónde se consuma y consume? Muchos ateos afirman que, un poco pensando en Lutero, que murió en la Cruz. Y al morir en la Cruz el gran referente de todos los valores, entonces todo está permitido.

Pero Nietzsche señala en su aforismo que, no se trata de que haya muerto, sino de que nosotros, los hombres, lo hemos matado, pero ¿quién puede matar a Dios, sino Dios mismo?, se preguntan ateos tergiversando a San Agustín. Entonces, Dios no puedo ser asesinado por los hombres, sino que ¿se suicidó? Y bajo estas premisas, con el corazón helado por el nihilismo, nos lanzamos a la aventura de construir nuevos valores y nuevas verdades, teniendo en Auschwitz nuestro logro más palpable y visible. Nietzsche, con su desgarrador grito, tan solo denuncia sobre los techos de la humanidad, la ciclópea contradicción que arde en el corazón de la fe cristiana.

¿Dios ha muerto?

En algo tiene razón Nietzsche, hay un signo de contradicción en el corazón de la fe cristiana. Durante la Presentación de Jesús en el Templo, José y María escucharon unas sorprendentes palabras proféticas del anciano Simeón referidas a Jesús: “Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción; y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones” (Lc. 2, 34-35) Lamentablemente para él, el alemán no logró ver lo que para Dostoievsky estaba sumamente claro. En una carta fechada en febrero de 1856, el escritor ruso señala con férrea convicción que si alguien le lograra demostrar que Cristo está fuera de la verdad, y si realmente la verdad estuviera fuera de Cristo, él preferiría permanecer más bien con Cristo.

Efectivamente, Cristo es signo de contradicción, pero también es “luz para iluminación de las gentes” (Lc 22, 32). Cristo está vivo y en el fondo, en la profundidad del hombre, de cada hombre. No se trata de que Dios esté muerto, que no lo está. Se trata de que el hombre se ha oscurecido, se ha ocultado de Dios, le ha dado la espalda. Se ha encerrado en su propia oscuridad, en su mismidad limitada y atrofiada. No ha perdido el camino. Ha decidido caminar por un camino alejado de las exigencias que impone la luz de Cristo. Allí la contradicción. Jesús no se contradice. Él es nuestra contradicción y como nos pone en cuestión, entonces lo más cómodo ha sido matarlo para establecer un nuevo orden sobre el mundo. Sin embargo, ese mundo de espaldas a Cristo, es un mundo que atenta contra el propio hombre, como está harto demostrado. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela