Tribuna

Caminar juntos sin imponer la ruta

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Desconfío de los que creen conocer demasiado bien la ruta que conduce a la santidad. Desconfío de los que creen saber, con detalle, las reglas, los ritos, los pasos, las agendas sociales, políticas y culturales, todo lo necesario para la salvación. Todavía desconfío más de los que proclaman cuáles serán los resultados terrenales de los actos humanos, tanto el castigo que en este mundo recibirán los malos como la fortuna que recibirán los buenos. Todos ellos me parecen ciegos que guían ciegos.



Me parece mejor la ruta de compartir. Por eso, en esta ocasión quiero compartir cómo me siento.

Las noticias sobre los campos de batalla me turban la mente y laceran mi corazón. Me hacen recordar el viejo tango ‘Silencio en la noche’, que dice que “al grito de guerra los hombres se matan”, para luego consignar el lamento de una viejecita que ha quedado sola “con cinco medallas, que por cinco héroes le diera la patria”. Me duele muy adentro que todavía hoy tengamos que seguir enterándonos de la vigencia que tienen las palabras “imperio”, “genocidio”, “alianzas militares”, países “buenos” y países “malos”. Es una pesadilla de la cual pareciera imposible despertar.

Mientras tanto, acá abajo, a miles y miles de kilómetros de donde están esos campos de batalla que llaman la atención de la prensa internacional, veo el dolor de la situación tiránica sobre el pueblo haitiano, del “muro” con poderes electrónicos que se levanta entre Haití y República Dominicana, de las matanzas de luchadores sociales en Colombia, de la militarización de los carteles de la droga en México y de el terror de las pandillas en Centroamérica. Estoy consciente de que esto no es, ni por mucho, una lista completa de las tragedias que se viven en nuestros países de la ribera caribeña. Nótese que no hablo de lo que se vive en esta querida patria puertorriqueña. De lo que aquí pasa y se deja pasar, mejor, por ahora, es mejor ni hablar.

Mis dolores

No pretendo exhibir mis grandes saberes, que no los tengo, sino compartir mis profundos dolores.

Estamos construyendo un mundo en el que “amor al prójimo”, “amar a los enemigos”, “perdonar las deudas” y “paz en la tierra” parecen cada vez más palabras de una tierra lejana e inalcanzable. Por el contrario, el grito cruel de los cómplices de los imperios gritando: “¡Crucifícale!” se presenta como si fuera un llamado al orden y a la bondad.

Ante esta crítica realidad histórica hace falta una fuerza de verdaderos “testigos” que solo por amor y justicia vayan más allá de las nefastas gestiones “imperialistas” que crucificaron al profeta del amor, Cristo Jesús. Por esa razón, no quiero una Iglesia donde se le imponga el camino a los seres humanos como si fuésemos borregos. Quiero ser oveja, pero para contribuir a que “habrá un solo rebaño y un solo pastor”.

Haitianos se agolpan en una estación de servicio ante el desabastecimiento de combustible

Quiero una Iglesia en la que caminemos juntos, verdaderamente sinodal. Pero una Iglesia en la que unos reconozcamos a otros como lo que somos todos: pecadores. Una Iglesia en la que no nos reunamos para proclamar lo buenos que somos, sino en la que nos unamos para caminar juntos en busca de la salvación y el perdón que conduce a la paz. Una Iglesia en la que cada uno trate de escuchar la voz de Dios y los hermanos. Quiero una Iglesia en la que, por encima de las razones, busquemos los amores, que por encima de las recetas fraudulentas que hacen parecer la salvación como si fuera un fármaco, nos reúna en la voluntad común de amarnos unos a otros tanto y tanto, que haga sentir en la piel y el alma la refrescante presencia del gran amor de Dios.

Contemplemos y caminemos junto a las personas y a las naciones con una mirada llena de ternura que logre destruir la maldad enquistada en el corazón de los imperios.

¡No a las alianzas imperialistas, sí al proyecto histórico del Amor!