Tribuna

Benedicto XVI, sobre la muerte y la resurrección

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Cuando el diario alemán Das Bild consultó al secretario privado de Benedicto XVI sobre sus palabras a propósito de la muerte del padre Gerhard Winkler, este respondió: “El arte de morir forma parte de la vida cristiana.



“El Papa emérito se ha dedicado a ello durante muchos años, pero está absolutamente lleno de alegría de vivir”. ¿Qué decían las aludidas palabras? “Ahora ha llegado al más allá, donde estoy seguro de que ya le esperan muchos amigos. Espero poder unirme a ellos pronto también”. Esto ocurrió en octubre de 2021.

Morir es un arte para una conciencia cristiana y, como arte, requiere de preparación. De tener consciencia de ella y preparación. Por ello, Benedicto XVI se dedicó a ello durante muchos años, pero siempre lleno de alegría de vivir. Preparación que para él fue una peregrinación. La etimología de la palabra peregrinar nos acerca a un sentido y significado maravillosos: se trata de aquel que va por el jardín. “En el lento debilitamiento de mi fuerza física, interiormente estoy en peregrinación hacia la Casa del Señor”. Peregrinaje por medio del cual meditamos cómo hemos gestionado nuestra vida. Y seguramente ese peregrinaje lo hizo, no solo en clave de muerte, sino de resurrección.

La muerte

En la carta publicada hace un año, Benedicto XVI nos deja muchos caminos para peregrinar con él sus últimos tiempos, pero como prefiero hacer mi peregrinaje con él mucho más atrás. Cuando Peter Seewald lo entrevistaba para lo que sería el libro Dios y el mundo (2005). Sus palabras no cambiaron mucho, lo cual nos muestra a un hombre convencido del amor de Dios, a quien, por cierto, no solo ve como juez, sino como amigo en quien se tiene esperanza, ya que Él es más grande que cualquier fracaso humano.

En aquella entrevista, Benedicto XVI nos habla de la muerte como atravesar un umbral inquietante en medio de una oscuridad que parece no tener fin, pero que, como sabemos, no es realmente un fin, sino un encuentro. Un encuentro que nos invita a aceptar el sufrimiento previo, ya que esto viene a ser un proceso en cierta medida de curación. La muerte es una situación límite, no solo para el que muere, sino para el que ve morir. Una situación que nos impone una revisión de nuestros valores. Una revisión que no debería esperar al último segundo, sino desde que se cobra consciencia de su inminente llegada. Así nos abrimos a una verdad que nos supera: con la muerte nos dirigimos a la verdadera vida.

La resurrección

En la Audiencia general del miércoles 2 de noviembre de 2011, escribe: “El hombre desde siempre se ha preocupado de sus muertos y ha tratado de darles una especie de segunda vida a través de la atención, el cuidado y el afecto […]¿Por qué es así? Porque, aunque la muerte sea con frecuencia un tema casi prohibido en nuestra sociedad, y continuamente se intenta quitar de nuestra mente el solo pensamiento de la muerte, esta nos concierne a cada uno de nosotros, concierne al hombre de toda época y de todo lugar”. Ahora bien, si estas son las ideas que nos gobiernan frente al misterio de la muerte, ¿qué pasa con la resurrección? ¿Creemos en ella? ¿Dudamos de la resurrección de Cristo? Y es que si dudamos de la resurrección de Cristo, entonces vana es nuestra fe (1 Cor 15,14)

Precisamente, en este encuentro personal con el Resucitado está el fundamento indestructible y el contenido central de nuestra fe. Nos encontramos aquí frente a la alternativa última que está en juego en la discusión entre fe e incredulidad, afirmará el 23 de abril de 2011.

“La resurrección en el día del juicio final es, en cierto sentido, una nueva creación, pero preservará la identidad de la persona en cuerpo y alma”, responde a Seewald. ¿Para qué?, pues para vivir un único gran instante de alegría y, en tal sentido, tendríamos que imaginarnos la eternidad como un momento de plenitud situado más allá del tiempo. Pero es preciso, prepararnos con apertura mental y de corazón, sin temor, de tal manera que, de esa manera, el aceite de la misericordia con el cual somos revestidos por Dios, un proceso que comenzó con el Bautismo y nos hace capaces de eternidad. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela