Tribuna

Amar la alteridad

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En los últimos tiempos y habiéndose puesto de moda la palabra empatía, escuchamos decir con demasiada frecuencia que “hay que ponerse en la piel del otro” o “hay que ponerse en el lugar del otro”, con algunos etcéteras que cada quién adapta o adopta según refranes recibidos o frases más o menos grandilocuentes. Todas son expresiones que demuestran el esfuerzo que se debe realizar en esta tarea que indica la necesidad de ser empáticos con el otro. Queda claro que el otro es genérico y habla de esa otra persona –cualquiera sea su sexo, género, creencia, etc.─ que produce la alteridad y configura a cada uno también como su otro.



Muchas personas suelen referirse al prójimo para designar a quien está más cerca, al que debemos escuchar sin prejuicios, servir sin condiciones, entender más allá de uno mismo, comprender y tener compasión. Y también hay quienes, con cierta osadía, ponen a ese otro como símbolo en algún lema.

Y entonces vemos lo que acontece cuando las palabras nos invaden y no provienen del curso natural de las construcciones y usos del habla según entornos culturales, sino de imposiciones a través de la lengua. La lengua con la que nos comunicamos también nos habla y es la que verdaderamente completa nuestra identidad. Podemos decir que el uso del lenguaje reclama de nosotros una profunda conciencia vital y existencial para el desarrollo individual, comunitario y social.

Se puede imponer una moda para hablar, pero no se puede dictar una manera de sentir, pensar y/o reflexionar a través de términos cuyo contenido no responden a la realidad cotidiana y de contexto de las personas y, muchas veces, es difícil de describir. En esto hay una responsabilidad, porque el imponer palabras, también es una manera de esclavizar.

¿Quién es ese otro?

Entonces, ¿qué significa o quién es ese otro para cada ser que también es otro? Es quien da existencia, quien nombra, quien me mira y quien me ve, quien confirma con su presencia que hay dos seres distintos, quien está enfrente, quien sostiene la existencia y quién produce necesarias preguntas y abona dudas. La alteridad es ese lugar que sucede con otro. La alteridad es la confirmación de que la existencia no depende de cada persona sino de ese otro. Si esto no fuera así, seríamos como tarzanes que no pueden verse en ojos de su misma especie y se configuran sin lengua y sin habla.

Y el otro es tan otro, que no se deja poseer de ninguna manera. Ni con palabras. Nadie posee a nadie. No se puede pretender que el otro exprese algo por mandato. El otro es tan otro, que es la distancia de su alteridad la que determina que llegó el tiempo de la libertad.

La empatía supone una cuota del deber al que nos hemos acostumbrado y supone que alguien se puede poner en el lugar del otro. No hacen faltas palabras rimbombantes. Todos sabemos que estamos en tiempos donde el deber fue sustituido por el poder. Antes, para que un alguien fuera mejor esclavizado o esclavizada, la cuestión pasaba por imponer el deber ser, lugar de la conciencia que fue ocupado por las manos de quienes las manipularon por siglos.

Hoy somos muchos seres más en el planeta y para manipular conciencias hay nuevas herramientas. Ya conocemos algunos efectos de la virtualidad. Pero lo que viene quedando oculto es cómo se destruye la alteridad a base de espacios para uno solo, para sí mismo, donde el otro queda afuera y donde se puede destruir su presencia bloqueando su contacto. Donde el yo se cocina en su propia salsa, todo solo y aislado en sus pantallas.

Todo junto, cimentando un narcisismo y un poder derivado de estas herramientas. El mismo que luego causará depresión o llevará a otras necesidades esclavizantes.

¿Y el poder?

La sociedad del rendimiento, hoy pide personas que se identifiquen con el “vos podés”. Y si no podés, estás fuera. Así surgió el uso del empoderamiento. Otra palabra que sirve para descartar a quienes no pueden. Están quienes no pueden conseguir trabajo, no pueden tener un techo, no pueden alimentar a su familia, no pueden acceder a un mundo que manda a que te empoderes. Sí, quieren que vos te empoderes porque siguen necesitando que realices tu “militancia”. Creerás que empoderándote con quienes dicen que se han empoderado, tendrás un lugar en mejor, pero sólo acrecentarás las filas de quienes te necesitan sin reflexión propia y para que hagas bulto. En verdad, nadie debería querer empoderarse, porque el lugar del poder es perverso por naturaleza.

Volviendo a la empatía, ya sabemos que lo que cada uno puede no es lo mismo que lo que puede el otro. Lo que cada uno siente no es lo mismo que lo que siente el otro aunque las situaciones sean casi iguales. No hay recetas. No hay sentimientos o emociones idénticas. Cada ser posee su “sí mismo” en relación con el otro, pero nunca puede ser sí mismo del otro.

Por eso, hablar de la empatía queda muy bien y hasta parece adecuado intentarlo, pero genera impotencia porque están diciendo que sí se puede estar en lugar del otro. Y, aunque ya sabemos la carga de enfermedad emocional, psicológica y espiritual que puede originar la impotencia, seguimos generándola con el vos podés. Así, por ejemplo, la autoridad y el autoritarismo se dan la mano, la violencia se adueña del sí mismo sin contemplación del otro, el odio da lugar al desamor.

Cada piel es única

Es el órgano más extenso del cuerpo, el que comunica con el exterior y es propio y debe ser sagrado para cada persona que se acerque. Cada piel posee una distancia inalterable. Cada piel es otra. Se pueden muchas cosas. Se puede y se debe acompañar, solidarizarse, ayudar a encontrar espacios de libertad para el otro, sin embargo, en su piel, en sus sentimientos y emociones, en su voluntad, en su pensamiento y en su espíritu no se estará nunca.

Tener esta conciencia nos permite dejar el poder de lado, porque la impotencia a la que lleva el no poder algo, sea lo que fuere, será la enfermedad añadida.

Decía Serrat que aprendió “que no es igual quién anda y quién camina”. Aceptar el ser humano que somos, caminar nuestros procesos personales, comunitarios y sociales, no es lo mismo que andar aceptando palabras impuestas, cortando y pegando textuales de la santa virtualidad o sucediendo en espacios que hemos comprado a la impunidad de los discursos de moda.

Amar la alteridad es defenderla. Porque amar la piel del otro con su dolor y sufrimiento no es lo mismo que dejarme creer que puedo ser el otro.