Tribuna

A propósito de la acogida del Papa a nuestros hermanos LGTBI: me asustan los que andan buscando a quién expulsar

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Cuando me enteré de que el papa Francisco había dicho que quienes tienen una orientación hacia la homosexualidad tienen derecho a tener familia, como todos los demás y que la sociedad debía establecer los mecanismos legales para hacerlo posible, sentí que estaba viviendo otro milagro de la primavera, como decía el poeta Antonio Machado.



Pero, al escuchar la gritería y las voces escandalizadas, tanto de algunas personas del clero y alta jerarquía ante esa información, se me hacía duro de creer. Cuando leí que grandes medios de prensa norteamericana y otros países decían que el Papa se había alejado de las enseñanzas de la Iglesia, me asusté. Sentí que no hemos avanzado tanto como parece en cuanto a civilización, ni mucho menos en entender y aplicar la enseñanza cardinal del Evangelio, que el mandamiento supremo es “amar a Dios sobre todas las cosas”, y segundo, muy semejante al primero, “amar al prójimo como a ti mismo”. Aunque frente a esta lentitud en el camino de la historia resultan iluminadoras las palabras de Mario Benedetti al decir que “cuando los odios andan sueltos, uno ama en defensa propia”.  Esto nos ayuda para que podemos refrescar la memoria y entender que la respuesta al odio siempre tiene que ser el amor.

Una vez más, Francisco ha soplado directamente sobre una herida abierta en nuestras sociedades, tan mal acostumbradas a eso de andar buscando a quién expulsar de la mesa social, a quien condenar a vivir –literalmente– al margen de la vida, en las periferias existenciales. Parece que a muchos se les ha olvidado cómo siglos después de un crimen deleznable, las instituciones han tenido que pedir perdón por lo que hicieron. Hubo tiempos en que a quienes pensaban distinto a la mayoría, se les enviaba a la hoguera, hubo tiempos en que se declararon las más crueles matanzas contra los descendientes de aquellos a los que se les imputaba haber matado a Cristo, y guerras sacrílegas que usaban la santa cruz para ir a tierras en el oriente a matar a los que en lugar de Dios, creían en Alá, sin reparar en que era la misma palabra; sencillamente en el idioma de ellos.

Es doloroso ver cómo familias expulsan de su seno a muchachas porque llevan un hijo no autorizado en su vientre, hombres que se creen con derecho de abusar de sus mujeres si no les obedecen, gente que se cree bendecida por Dios mientras quieren que se saque de las calles a los mendigos que no tienen a dónde ir, ricos que pretenden que los pobres no tengan acceso a servicios básicos porque no los pueden pagar mientras ellos botan el dinero, que lo tienen de sobra.

Es como si hubiera una ley diabólica, disimulada hipócritamente, para hacer listas de aquellos a quienes se quiere expulsar. Digo diabólica porque si hubiera un ápice de moral, todos nos tendríamos que apuntar en la lista para ser expulsados porque todavía no ha nacido un ser humano que no haya pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Solo Cristo se  ha encarnado y vivido sin pecado.

Inclusión

De manera, que si el médico que puede salvar a tu hijo tiene una orientación distinta a la tuya… ¿prefieres que tu hijo se muera antes de que esa persona lo cure? O,  ¿si tiene una ideología distinta o si pertenece a un partido distinto?

El papa Francisco ha hecho un llamado a la hermandad, esto es; en la igualdad como habría dicho Mario Benedetti, que nadie se quede afuera y todo el mundo pueda ser alguien.
“Estábamos, estamos, estaremos juntos. A pedazos, a ratos, a párpados, a sueños”. Así lo subraya en otra de sus frases de amor e inclusión el querido Benedetti.