Tribuna

Los retos y desafíos de los católicos en Cuba (I)

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Para comprender Cuba y a su iglesia, deberemos tener en cuenta su cultura, junto a otro aspecto que la ha acompañado en el devenir histórico del país, que se autorreconoció de inicio con una flora y fauna autóctonas, distinto del que poseía la Metrópoli.



No puede decir que es sólo país, porque el término mismo se refiere al territorio, ni tampoco nación, aunque supone el término un cierto grado de identificación y reconocimiento de cada uno de sus miembros  y alguna unidad socio-cultural humana, superior a las etnias, tribus, clanes y familias, la nación como tal es solo un concepto.

Más bien prefiero el término ‘Patria’ porque lo incluye todo; desde la génesis, la historia, el lugar donde se ha nacido, unida a los símbolos, a las gestas heroicas y a sus protagonistas, los antepasados, y va siempre unida a una necesidad de identidad que nació en el pasado y que siempre se continúa recreando en el presente.

En el caso concreto de la historia cubana, casi desde el inicio de la conquista española el país estaba fuertemente mezclado, por lo que deberemos tener presente el concepto de ‘transculturación’ que sufrió en sus orígenes y que de acuerdo con la definición de don Fernando Ortiz es la “recepción por un pueblo o grupo social de formas de cultura procedentes de otro, que sustituyen de un modo más o menos completo a las propias”.

Félix Varela, baluarte de Cuba

El otro aspecto que a mi juicio se ha de tener en cuenta es el reconocimiento admirable al sacerdote Félix Varela, el presbítero, el Padre Fundador de nuestra identidad, baluarte de la historia cultural cubana, el que nos inculcó los valores cristianos, “aquel que nos enseñó a pensar”, según dijera otro gran patricio cubano, José de la Luz y Caballero cuando hizo referencia a su legado dentro de la conciencia nacional cubana.

Porque la cultura es, en esencia, el alma de un país, de una nación, que aspira a ser Patria entrañable para todos los que la habitan, o para aquellos que, no habitándola físicamente, reconocen sus orígenes comunes cargados de tradiciones y también de valores.

En mi Patria casi todos los grandes proyectos humanistas, tienen un origen cristiano, y nacieron desde la Iglesia Católica para el resto de la sociedad. Se encontraron en su misma génesis y se desarrollaron desde finales del siglo XVIII, y transcurrieron hasta gran parte del XX.

Una mirada desde Aparecida

Deseo, desde el inicio, dejar bien claro que si muchos de los conceptos de Evangelización y sus retos, de los cuales hablaré, los realizo fuertemente marcado por el  acontecimiento de Aparecida realizada en el año 2007.

Es verdad que dicho evento muestra hechos que son comunes para todo nuestro continente, pero para mi país este mismo mensaje, en el momento en que se realizó, constituyó un verdadero reto para la Iglesia Católica que se encontraba en Cuba y también para nuestro pueblo en general.

Pese a que las raíces en su génesis son comunes, con el decursar del tiempo la misma nación había sufrido cambios muy particulares, que se remontan al inicio de la revolución cubana en el año 1959, que incluso permanecen algunos en el momento actual.

Probablemente uno de los aspectos de mayor importancia en este ámbito sea, que el hecho religioso, aun cuando ha sido inspiración de un fenómeno holístico muy complejo en cada orden y en cada sistema de pensamiento, “la mística no se dejó devorar por la política a la que ha dado la vida”.

El debate filosófico

Es también afirmar que entre los binomios: historia-sociedad, y cultura-religión, se abre un terreno enorme de posibilidades que permiten a la historia, y concretamente a la Teología y a la Ética, interactuar con las ciencias sociales. Es por esta razón expresada que la cultura y la sociedad secular necesitan ser analizadas, asumidas, e interpretadas a la luz de un puente común a ambas y que sea capaz de asumirlas unitariamente.

En el debate filosófico, el hecho de la secularización se entiende como análogo de la progresiva erosión de los fundamentos teológico-metafísicos, que impregnaban toda la realidad cultural de las sociedades de los siglos pasados.

En el ámbito ético, político o cultural, se utiliza este término para significar la pérdida de los modelos tradicionales de valor y autoridad, herederos del fenómeno religioso. Hablamos de un acontecimiento sociocultural de gran amplitud, que se dio a partir de la reforma protestante y que consistió en la ruptura del monopolio de una interpretación netamente religiosa de la sociedad.

“La religión dejaría de ser el centro de producción de ofertas de sentido” de la realidad, y “las relaciones sociales dejarían de pivotar sobre ella, siendo ocupado su lugar por otros ámbitos, principalmente el económico” ; de acuerdo con Lipovetsky, el resultado final llevó a la reducción de la religión a un ámbito meramente privado. Este fenómeno conllevó a un aumento del ateísmo y del agnosticismo, derivando finalmente en la pura indiferencia religiosa.

El paradigma de la secularización

En otro orden de cosas, en el plano puramente intelectual significó el desinterés por Dios y en el plano de la voluntad, por el desafecto al mismo. Se trata de la muerte de Dios en la conciencia del hombre occidental se trata, además en esencia, de toda una época vivida gozosamente sin la presencia de Dios.

Este fenómeno que se gestó entre las décadas comprendidas entre los años 60 y principios de los 70 del pasado siglo, donde el paradigma moderno de la secularización cobraría carta de ciudadanía, fue aceptado por una gran parte de los sociólogos.

En esa misma época nacía en Cuba la Revolución cubana, con una revolución casi desde su inicio marcada por un sistema socialista, que evolucionó paulatinamente en corto período de tiempo hacia una interpretación fundamentada en el materialismo histórico. A partir de entonces, la religión ya no fundamentaba la moral y tampoco ofrecía una esperanza de un mundo mejor; sino que constituía “el opio del pueblo”, y el trabajo se consideraba como Deus ex Machina, o sea como fuerza impulsora de la nueva sociedad, que aspiraba a formar un hombre nuevo.

Los imaginarios culturales de esa época son la solidaridad y el patriotismo como virtudes ciudadanas, pero la solidaridad entendida como expresión más elevada del humanismo marxista, que es también internacionalista.


Escrito por el Dr. René Zamora Marín. Director del Instituto de Bioética Juan Pablo II. Miembro Ordinario de la Academia Pontificia por la Vida en Santa Sede. Miembro del Consejo Académico de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos.