Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.240
Nº 3.240

Rut y Noemí: una pequeña comunidad sinodal con acento femenino

Noemí, la suegra, viuda de Elimélec y madre también de dos hijos fallecidos; Rut, la nuera, viuda de uno de los hijos. Una pequeña comunidad de dos mujeres que se encuentran atrapadas en una maraña de legalismos, en un momento terrible del pueblo de Israel, bajo las leyes de Nehemías, que intentó que todo Israel se comprometiera de forma personal, y Esdras, que actuó como el frío jurista que queda patente en las últimas líneas de su libro, cuando dice: “Todos estos se habían casado con mujeres extranjeras. Algunas de ellas habían tenido hijos” (Esd 10, 44). Estas leyes obligaban a exiliarse a Rut sin la más mínima compasión, ya que era extranjera, aunque –en su caso– no había tenido hijos.



Reconocer la realidad es siempre el primer paso para buscar soluciones. Eso es lo primero que hacen las protagonistas de esta historia: tomar conciencia de la situación en la que se encuentran. Ambas lo hacen por separado; sin embargo, enseguida se dan cuenta de que el diálogo, escucharse la una a la otra, será vital para ayudarse mutuamente a salir de la situación que están viviendo.

Orfá, la otra nuera de Noemí, había seguido su consejo y había regresado a la casa de su madre, como nos cuenta el texto (Rut 1, 14). Las mujeres solas y sin hijos nunca habían sido nada en Israel y, en ese momento, con las leyes de Esdras y Nehemías, menos todavía.

Dos mujeres en la periferia

Siempre supeditadas a los hombres, que actuaban sin un ápice de compasión, siempre pensando en sus leyes y en sus ‘historias’, como si las personas no contasen para nada. “¡Vete Rut!”, seguía diciendo Noemí. Sabía que era lo que le convenía a su nuera, lo que le hacía falta para salir adelante. Era lo justo y necesario para que esa mujer, que todavía era muy joven, pudiera vivir.

Cada vez que la escuchaba repetir lo mismo, Rut la miraba con más cariño que nunca. Para Rut, Noemí era mucho más que la madre de su marido; era la mujer que la había acogido como a una hija sin hacer nunca el más mínimo comentario sobre su procedencia extranjera, ni sobre alguna de las costumbres de su tierra y de su cultura que todavía practicaba. ¿Cómo abandonarla a su suerte? ¿Cómo dejarla ahora sola, convirtiendo su vida en una periferia existencial sin horizonte alguno? Sí, tenía que quedarse con ella, pero no hacerlo como una obligación. Se quedaba con ella porque quería quedarse con ella. Era un verdadero acto de amor y –ya se sabe– el amor es un acto de la voluntad.

En este caso, las palabras serían tan importantes como los gestos, y a Rut le llevó su tiempo dar con los términos más adecuados para expresar cuál era su sentir por Noemí, el cariño que le profesaba y, sobre todo, que sirvieran de marco a las consecuencias – imprevisibles en ese momento– que tendría el hecho de permanecer las dos juntas.

Cambiar para ser fiel

Al final las encontró. No fue fácil. Suponía renunciar en buena parte a su cultura, a su forma de pensar, a su mentalidad ya estructurada, para dar paso no a una Rut diferente, sino a una Rut que no le temía al cambio, porque estaba convencida de que cambiar, en muchas ocasiones, es la mejor y única forma de fidelidad.

Una tarde, sentadas frente a frente, Rut tomó las manos de Noemí entre las suyas y, mirándola a los ojos, compartió con su suegra su deseo y voluntad de quedarse con ella. Estas fueron las palabras que tanto había pensado y meditado: “No insistas más en que me separe de ti. Donde tú vayas, yo iré; donde tú vivas, viviré; tú pueblo es mi pueblo, y tú Dios es mi Dios; donde tú mueras, moriré y allí me enterrarán. Juro hoy solemnemente ante Dios que solo la muerte nos ha de separar” (Rut 1, 16-17).

Pocas veces una declaración de amor, de deseo de compromiso, de voluntad de hacer algo, se ha dicho de forma más bella. No se trata solamente de una declaración que implica quedarse juntas, sino que conlleva la toma de decisión de integrarse, de que Rut se haga corresponsable de la vida y la suerte que pueda correr Noemí. Desde este instante, la vida, la historia de esta pequeña comunidad de dos mujeres, está unida por la decisión de ambas, ya que Noemí acepta que Rut la acompañe en su regreso a Belén.

Un camino incierto

La declaración de Rut es la prueba de quien se arriesga a iniciar un camino incierto en el que, sin duda, habrá contratiempos y problemas. Sin embargo, la generosidad vence plenamente al miedo y a la desmotivación. Sabe que ella y su suegra emprenden un camino sin la menor certeza de un destino maravilloso, de una meta idílica, pero lo emprenden. Es generosa y entregada.

Noemí va a vivir la experiencia de sentir la cercanía de Dios a través de alguien que se va a ocupar de ella y preocupar por ella hasta el final de su vida. De forma gratuita, porque el amor no pasa factura. Y también, generosamente, acepta ser ayudada. Porque la generosidad está en el dar, pero también en el recibir. Ambas acciones requieren un corazón abierto en ambas direcciones.

Noemí comprende que la decisión de Rut es, a todas luces, una decisión tomada con el corazón, que –no olvidemos– es el centro de la persona para los judíos. Entre las dos se abre la posibilidad de comunicarse de mujer a mujer, de persona a persona, de tú a tú, de una manera que ella, Noemí, nunca había pensado ni sentido. No va a ser una mera comunicación, en la que una dice y la otra también dice. Desde ahora, su escucha va a ser una escucha activa, en la que ambas tomarán buena nota de lo que la otra diga. Harán suyas, mutuamente, las preocupaciones, los sinsabores, los anhelos de futuro y esperanza para, así, integrar todo eso en la propia reflexión y poder avanzar en la misma dirección, ofreciéndose apoyo y ayuda recíprocamente. (…)

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Índice del Pliego

Rut y Noemí: la escucha activa

La respuesta: consecuencia de la escucha activa

El cambio: aprender a vivir de otra manera

El camino a recorrer hacia la meta (que no siempre se llega a ver)

Qué nos enseñan a nosotros Rut, Noemí y Booz

La salvación siempre viene desde abajo

Todos deberemos ser Obed

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