Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.358
Nº 3.358

Heridas de Luz: san Francisco de Asís y sus estigmas

Francisco de Asís fue un hombre extraordinario, un visionario que Dios nos regaló en un momento importante de la historia. Su vida se nos muestra ahora, 800 años después, como un espejo donde poder mirar y mirarnos para enamorarnos, también nosotros, de Jesús de Nazaret y de la gran aventura del Evangelio. Porque esto es lo que le pasó a él, a Francisco. Supo mirarse en el Evangelio. Se enamoró perdidamente de Jesús. Bebió incesantemente en las fuentes de la Palabra. Se metió de tal manera en el texto evangélico que se convirtió en su guía, en el camino a seguir.



Aquel 1224, un grupo de hermanos escalaba junto a Francisco las escarpadas pendientes del monte Alverna, un promontorio aislado que forma parte de una de las derivaciones montañosas de los Apeninos toscanos, al norte de la provincia de Arezzo. Allí había un eremitorio escondido entre zonas rocosas y agrestes, donde cada piedra susurra y grita, a la vez, la presencia del Creador impresa en la naturaleza. Y hacia allí se encaminaba Francisco. Era un lugar propiedad del conde Orlando de Chieti, que se lo había regalado al santo de Asís como un espacio de silencio y oración, como un lugar propicio para llevar una vida apartada, en plegaria, en alabanza, en silencio, en soledad y en penitencia. Orando y ayunando.

Cuaresma de penitencia

Francisco estaba cansado. Extenuado por la penitencia, buscaba con afán un lugar solitario, retirado, para hacer su Cuaresma. Él vive en búsqueda apasionada, pobre y humilde… una búsqueda que va más allá de la soledad y del silencio, y que, cuanto más crece y crece su deseo de esta experiencia, más cerca de sí siente el fuego abrasador de Dios.

Y este monte, el Alverna, será testigo tiempo después de un momento único y precioso en la vida de Francisco de Asís: el regalo de los estigmas. Es decir, la identificación, hasta la carne, con Jesús crucificado y resucitado, pues su pensamiento y su alma pasan continuamente del dolor por la pasión de Cristo y la penitencia, a la gloria de la resurrección y la alegría más profunda: un dolor irresistible y un gozo indescriptible.

Estamos en septiembre de 1224, próximos a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Francisco está preparado para este momento único y especial.

Testimonio único

Será en la carta de fray Elías de Cortona anunciando la muerte de san Francisco, fechada el 3 de octubre de 1226, cuando se habla por primera vez de los estigmas:

“Y ahora os anuncio un gran gozo y un nuevo milagro. El mundo no ha conocido un signo tal, a no ser en el Hijo de Dios, que es Cristo el Señor. No mucho antes de su muerte, el hermano y padre nuestro [Francisco] apareció crucificado, llevando en su cuerpo cinco llagas que son, ciertamente, los estigmas de Cristo. Sus manos y sus pies estaban como atravesados por clavos de una a otra parte, cubriendo las heridas y del color negro de los clavos. Su costado aparecía traspasado por una lanza y a menudo sangraba. (…) Por tanto, hermanos, bendecid al Dios del cielo y proclamadlo ante todos, porque ha sido misericordioso con nosotros, y recordad a nuestro padre y hermano Francisco, para alabanza y gloria suya, porque lo ha engrandecido entre los hombres y lo ha glorificado delante de los ángeles”.

Regalo precioso

Este es solo un fragmento de esa carta preciosa que conserva la Orden Franciscana, uno de los documentos más antiguos que poseemos. Son palabras que nos invitan a la alabanza y que descubrieron ante el mundo este prodigio maravilloso, este regalo precioso con el que san Francisco de Asís vivió los dos últimos años de su vida. Fray Elías, vicario de la Orden y fraile muy amado del santo, comunicaba a todos los hermanos esparcidos por el mundo el feliz tránsito de Francisco en la noche del 3 de octubre de 1226 y, al mismo tiempo, el descubrimiento, en el momento de amortajar su cuerpo, de un prodigio que hasta ese momento pocos conocían y que apenas unos cuantos frailes habían visto: los estigmas en el cuerpo del ‘Poverello’.

Desde hacía unos años, se vivía en el seno de la Orden de los Menores un clima tenso, propio de cualquier crisis de crecimiento. Ya no eran aquel grupo de hermanos llenos de entusiasmo, pero también bastante inexpertos, que se presentaron ante el “señor Papa” pidiendo permiso para vivir el santo Evangelio simple y llanamente. Ahora, eran una verdadera multitud de hombres venidos de todas partes, de toda clase social y cultural. Un nutrido grupo de ellos, incluso, eran universitarios y letrados, que exigían una organización menos espontánea y más estable, al estilo de otras órdenes religiosas.

Desbordado y enfermo

Francisco se sentía desbordado ante tanta exigencia. Pero no era solo eso. También estaba enfermo, muy enfermo, y –aún peor– se sentía incomprendido por una parte de sus hermanos, quizás incluso hasta rechazado. Francisco está enfermo en su cuerpo, pero también en lo más profundo de su corazón. Por eso, tras la aprobación de la ‘Regla’ por parte del papa Honorio III, el 29 de noviembre de 1223, nuestro santo buscará con mayor empeño la soledad de los eremitorios, entregándose a la oración y a la penitencia. Será entonces también cuando dejará el gobierno de la Orden en manos de fray Elías de Cortona, su vicario.

En la Navidad de 1223, con permiso del Papa, celebrará de “manera nueva” el nacimiento del Hijo de Dios con todo realismo, inaugurando la tradición de preparar los belenes en iglesias y casas. Ahora, bien entrado el año 1224, el mismo Señor que había contemplado pobre y humilde en el pesebre de Greccio pondrá las marcas de su crucifixión sobre las manos, los pies y el costado de su siervo Francisco en la cima del monte Alverna. (…)

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Índice del Pliego

DE LOS SUEÑOS DE GRANDEZA A LA GRANDEZA DE UN SUEÑO

EL FINAL DE UN CAMINO DE GRACIA

EL CONTEXTO

EL ACONTECIMIENTO

LAS LLAGAS: cinco ventanas abiertas por donde el cielo se asoma, caminos hacia la eternidad

  • El camino del silencio y la soledad
  • El camino del amor a la cruz
  • El camino de la alabanza
  • El camino de la alegría

PARA TERMINAR

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