De la Asamblea Eclesial al Sínodo de la Sinodalidad

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“Esta Asamblea debe estar junto al pueblo, no se olviden que todos somos parte del Pueblo de Dios… Ese Pueblo de Dios es el que nos da la pertenencia… La Iglesia se da al partir el pan, la Iglesia se da con todos sin exclusión, y una asamblea eclesial es signo de esto; de una Iglesia sin exclusión”. Con las palabras que el papa Francisco nos regaló en enero concluimos un evento, la celebración de la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, pero el proceso continúa, porque este laboratorio eclesial de sinodalidad es, al mismo tiempo, punto de llegada y de partida.



Esta experiencia sinodal inédita para la Iglesia que peregrina en el continente, en comunión con la Iglesia universal, nos invita a agradecer, una vez más, al Dios de la vida y a Nuestra Madre María de Guadalupe por este nuevo Pentecostés dos mil años después, por todo lo caminado juntos, escuchando a todos, sintiendo lo hermoso que es ser miembro del Cuerpo Místico de Cristo, protagonistas y corresponsables de la evangelización como discípulos misioneros.

Durante estos días hemos sido testigos de cómo esta Asamblea, junto con todo el magisterio latinoamericano, son una expresión del modo en que nuestra Iglesia continúa en su compromiso por vivir a plenitud los llamados del Concilio Vaticano II.

Discípulos en salida

Ahora que nos hemos dejado guiar en espíritu de escucha, sinodalidad y unidad eclesial, y hemos descubierto lo que Él quiere decirnos como Pueblo de Dios en camino, asumimos un proceso de conversión permanente en camino al Sínodo sobre la Sinodalidad y lo que significan las exigencias pastorales hacia el Jubileo del acontecimiento Guadalupano (2031) y el de la Redención (2033).

Este acontecimiento, que culminó en esta primera etapa con 41 desafíos pastorales, nos invita ahora a continuar como discípulos misioneros en salida trabajando, sobre todo, por los últimos. El tiempo es ahora.
¡A trabajar!

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