Editorial

José Antonio Guerrero y la economía vaticana de los pobres

Compartir

La Santa Sede estrena prefecto de Economía: el jesuita español Juan Antonio Guerrero. Basta con echar un vistazo a su trayectoria vital para constatar que se trata de un fichaje estratégico para culminar una de las reformas más complejas y tortuosas del Pontificado.

No solo le respalda su formación en la materia y experiencia de gobierno, sino que suma otros dones indispensables para esta cruzada: ajeno al engranaje curial y una dimensión misionera como un certificado de garantía evangélico. La condición-petición de no ser obispo permite, además, depurar toda tentación circunscrita al poder monetario.

Que las cuentas vaticanas no pasan por un momento boyante es algo público y publicado, lo que urge a apretarse todavía más el cinturón, no solo para reducir el déficit, sino para hacer realidad esa Iglesia pobre y para los pobres con la que sueña el Papa.



Sin embargo, lo que realmente resulta alarmante es que todavía queden algunos recovecos por los que se cuelen quienes buscan aprovecharse de la institución para sus corruptelas. Una tarea nada sencilla que pasa por desmontar todo un engranaje, heredero en parte de los vicios propios del Estado italiano y de una falta de control que ha devenido en el aprovechamiento de unos pocos.

Así se ha puesto de manifiesto ante las recientes irregularidades financieras y transacciones por una operación inmobiliaria en Londres, así como las sospechas sobre la gestión del Óbolo de San Pedro, tal y como denunció Vida Nueva.

Es cierto que en estos años se ha hecho un esfuerzo ingente en aras de la transparencia y las buenas prácticas a golpe de auditorías y otras medidas. Un empeño en el que han gastado no pocas energías, entre otros, Santos Abril y George Pell, defenestrado por la condena de abusos sexuales, pero implacable en su lucha contra el fraude financiero eclesial.

Tolerancia cero en delitos financieros

Estos signos de renovación se palpan en la actividad cotidiana del Instituto para las Obras de Religión, conocido como el Banco Vaticano, pero también en la Congregación para las Causas de los Santos.

La Santa Sede no debe aspirar a máximos, ha de cumplirlos como si se tratara de mínimos. Si ha hecho de la tolerancia cero una bandera en lo que a la pederastia se refiere, no puede ser menos en lo que a los delitos en materia financiera, eliminando todo síntoma de opacidad.

Porque cada euro que se pierde, es un euro que se roba de la mano del pobre. Francisco lo ha dejado claro en estos días: “Los pobres son los porteros del cielo”. El nuevo prefecto lo sabe, porque ha luchado por ellos en primera persona en Mozambique. Y a partir de enero, cuando tome posesión, está llamado a hacer lo propio desde Roma.

Lea más: