Editorial

Historia de una rectificación

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Rectificar es reconocer con humildad el error cometido; es tener el espíritu abierto para nuevos aprendizajes; es una actitud con la que se avanza desde el estancamiento y la inmovilidad hacia el futuro.

Es lo que está sucediendo en relación con Lutero, impulsor de la reforma de la Iglesia, hace cinco siglos.

La presencia y las palabras del Papa en Suecia significaron esa rectificación y hacen presente el espíritu de una Iglesia “semper reformanda”.

Hace cinco siglos la Iglesia era distinta de la que hoy conocemos. Por la pasarela de la historia de entonces cruzan los papas como unos grandes señores renacentistas, trastornados por el poder que vienen ejerciendo y disfrutando desde los tiempos de Constantino. Entonces se construyeron palacios y con la idea original de honrar a Dios más que los poderosos de la tierra todo en los templos debía ser fastuoso como en los palacios de los reyes y monumental como todo lo que recordaba las hazañas de los grandes del mundo. Así comenzó la construcción de la basílica de San Pedro, sede y símbolo del poder eclesiástico. Cuando el dinero escaseó, sin más consideraciones que la de hacer ostensible el poder de la institución, la Iglesia echó mano de lo sagrado para levantar su construcción y puso en venta la misericordia de Dios, en forma de indulgencias.

Es este el marco en que se movió la indignación de Lutero al redactar las 95 proposiciones que fijó en las puertas del palacio de Wittenberg, en un gesto espectacular.

Lo que siguió no fue un diálogo inteligente, sino un choque de poderes. La respuesta eclesiástica fue la de condenar 45 de las 95 proposiciones, siguió una contrarréplica de Lutero, respondida por una bula, con más despliegue de autoridad que de doctrina. Se reafirmó Lutero y vino el golpe final: la excomunión de Lutero: un acto de poder que no admite réplica.

En vez del estudio sereno y humilde de las proposiciones, la respuesta fue la convocatoria del Concilio de Trento y la condenación de Lutero como apóstata, hereje y enemigo de la cristiandad.

500 años después la Iglesia está escribiendo una nueva historia, con rectificaciones como la de Josep Lortz: “Lutero descubrió el patrimonio central del catolicismo”.

En el Concilio Vaticano II, cuando reflexionó sobre el ecumenismo como vocación de la Iglesia, aparecieron las líneas maestras del pensamiento de Lutero. Hay otras coincidencias: el sacerdocio común de los fieles y la Iglesia, más sirvienta de la humanidad que poderosa. Teóforo Egido, citado por la teóloga Isabel Corpas en el documentado Pliego de esta edición de Vida Nueva, habla de “la revisión explícita de la Iglesia en este Concilio: “Lutero coincide con la tradición católica más genuina”. Esta es una expresión entre otras muchas como esta: Lutero, testigo del Evangelio; maestro de la fe; heraldo de la renovación espiritual.

La teóloga Corpas de Posada deja volar su imaginación: “Si Lutero hubiera vivido en el Vaticano II, habría sido uno de sus teólogos”.

¿Qué sucedió para que un cambio tan radical se produjera al rededor de Lutero?

Muy distintos a los Papas del renacimiento, los de hoy han escuchado la voz del Vaticano II y han tomado como un mandato lo de la Iglesia que siempre ha de ser reformada, con lo que dejaron atrás y como expresión retórica la de la Iglesia sin mancha y sin arruga. Es institución manejada por hombres que necesita, como los humanos, un proceso constante de conversión.

Parte de esa conversión es la condición que la libera del estancamiento y de la autosatisfacción: la humildad para reconocer sus fallas y la valentía para acometer su corrección.

Todas estas son disposiciones del espíritu con las que se construye la tolerancia que, en último término, es la que le ha dado a la Iglesia la lucidez para ver la verdad que el prejuicio y la soberbia institucional habían ocultado durante 500 años.