Editorial

Evangelizar en la ‘era Covid’

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Nadie duda de que el coronavirus ha entrado ya en los libros de historia; no solo por sus letales efectos y por su capacidad para frenar en seco a un mundo que se sentía imparable, sino por las consecuencias a medio y largo plazo que ya son visibles en el ámbito social, económico y político. También por su incidencia en la intrahistoria de una humanidad que, además de modificar sus hábitos cotidianos, aunque sea de refilón, también se ha preguntado por el sentido de su vida. Un punto de inflexión y de reflexión ante el que la Iglesia no puede ni debe pasar por alto. El confinamiento ha traído consigo el cierre de las parroquias, así como el cese temporal de las celebraciones y actividades pastorales, al menos como se venían realizando hasta ahora.



Si desde hace décadas se viene hablando de la secularización en Occidente, de un día para otro, los más agoreros han visto cómo se adelantaban sus pronósticos: los templos se vaciaban de golpe, aun cuando su acción se trasladara a la esfera digital. De la misma manera, se ha suspendido toda la agenda eclesial, repleta de actos multitudinarios en la Plaza de San Pedro, encuentros, peregrinaciones, procesiones…

¿Es el fin de la Iglesia de masas? ¿O solo un paréntesis? A buen seguro que, cuando la emergencia sanitaria termine, se retomará, pero nada será igual. No son pocos los que, sin caer en predicciones catastrofistas, mantienen que la pandemia insta a depurar convocatorias y ritmos.

Espacio de acogida

Esta coyuntura refuerza la ya apremiante conversión personal y colectiva que reclama el Papa y que aterriza el sueño conciliar de Pablo VI de una Iglesia que conecte de tú a tú con las preocupaciones y esperanzas del hombre y la mujer de hoy, esos que están heridos en su interior y alejados definitivamente de la fe, porque no se les ha brindado siquiera un espacio de acogida.

La comunidad cristiana no se puede permitir salir de esta crisis de la misma manera que entró, como si se hubiese puesto un chubasquero que soporta el chaparrón y después continúa como si no calara, empeñada en aplicar los planes previos a 2020, pero con mascarilla y gel hidroalcohólico en el prólogo; como si con ese matiz bastara.

El coronavirus es un grito para salir del “siempre se ha hecho así” que tanto critica Francisco y generar otras formas de anuncio y de denuncia, de presencia y de acompañamiento, más apegados a aquel Jesús que también supo aparcar los grandes sermones para hacerse el encontradizo en los caminos del diálogo con el otro. Un estilo pastoral de cercanía para despojarse de lastres litúrgicos, cadenas estructurales y muros comunicativos y emprender la evangelización en la ‘era Covid’.

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