Editorial

El Papa que vendrá

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Es el mismo que sorprendió al mundo cuando prescindió de la mitra resplandeciente de piedras preciosas, el que desdeñó la muceta de púrpura y armiño; los zapatos rojos, el trono, la tiara y otros símbolos de poder, y apareció ante la muchedumbre reunida en la plaza de San Pedro con una modesta sotana blanca y con el pedido que se le volvió habitual: “recen por mí”, y con un lenguaje tan sencillo que pareció darles la razón a los curiales que echaron de menos al Papa teólogo.

 

Al llegar a Colombia todos entenderemos su lenguaje y, casi seguro, todos sentiremos que algo arde en el corazón. Con él la Iglesia no llegará a la edad de hielo de los canonistas, de que habla Küng, ni se dejará tentar por la dureza de los jueces en los tribunales. Francisco comenzó a impulsar desde ese primer día una Iglesia distinta.

Por eso escogió el nombre del inconformista del siglo XIII, el del ser humano que más se ha parecido a Jesucristo, según lo definió el historiador Arnold J. Toynbee.

Los que en Buenos Aires lo recuerdan cuando se movilizaba en buses no se extrañaron cuando desdeñó el lujo y la seguridad de los automóviles de alta gama. En Roma abandonó las habitaciones palaciegas y se fue a vivir en una hospedería. A nadie extrañó en Colombia que en su itinerario se hubiera incluido a Villavicencio y no será raro que vaya a abrazar a las víctimas de la avalancha de Mocoa, porque lo característico de este Papa es su acentuada humanidad.

A los que han seguido su actividad los ha admirado esa combinación de sereno vigor y de tierna delicadeza con que guía la vida de la Iglesia.

El teólogo Hans Küng siguió la secuencia del caso Franz Peter Tebartz-van Elst, el obispo de Limburgo, en Alemania, que gastó una fortuna en la reparación de su palacio y escandalizó con el lujo de su bañera.

“La tarea de Francisco es liberar a la Iglesia del inmovilismo que le inyectan el poder, el juridicismo y el clericalismo”

Francisco solo lo entrevistó después de haber conversado con el presidente de la conferencia episcopal alemana y cuando escuchó a cuantos tenían que decir algo en su favor; se informó además con la Congregación para los Obispos. Finalmente escuchó al propio obispo acusado y le aceptó la renuncia. El obispo no regresó a su diócesis y se fue, de retiro, a un monasterio; allí recibió el nombramiento como secretario del Consejo Pontificio para la Nueva evangelización. Este obispo debió sentir que bajo el terciopelo de las formas delicadas había una mano de hierro.

Es el talante de un hombre consciente de que su tarea es liberar a la Iglesia del inmovilismo y la superficialidad que le inyectan el poder, el juridicismo y el clericalismo. Así lo sintieron obispos y cardenales de la curia romana en la celebración de la navidad de 2014 cuando lo oyeron describir las enfermedades espirituales de los hombres de Iglesia.

El periódico alemán Der Spiegel tituló con asombro: “Un rebelde en la plaza de San Pedro”, como anuncio de su descripción de un hombre que no se deja impresionar por el poder ni por el dinero ni por los rumores solapados de la oposición.

Su lenguaje directo, su estilo de vida anticurial son algunos de los instrumentos de su acción apostólica; pero su mayor fuerza consiste en su coherencia evangélica. Oírlo y verlo actuar es sentir que Jesús y su evangelio resuenan e iluminan en nuestros días. Cuando desde Lampedusa reprochó a los países europeos su política de puertas cerradas para los migrantes, y cuando ante el Parlamento Europeo habló de una civilización cansada y envejecida y contra el orden económico capitalista, el mundo debió tomar nota de que la historia podía hacerse de un modo distinto.

Este es el Papa que vendrá a Colombia y que en los días de su visita no hará nada distinto de hacerle sentir al pueblo colombiano que, desde el evangelio, sus realidades de hoy adquieren otro perfil. Así ocurrirá con la paz, con el postconflicto, con los dolores de las víctimas, con las esperanzas de los reinsertados y con la gran tarea de estrenar un alma nueva para inaugurar otra historia sobre las ruinas y el dolor dejados por el odio y la violencia.

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