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Las mujeres del Concilio

Mujeres del universo todo, cristianas o no creyentes, a quienes os está confiada la vida en este momento tan grave de la historia, a vosotras os toca salvar la paz del mundo. Son las palabras de Pablo VI en su Mensaje a las Mujeres al concluir el Concilio Vaticano II. Era el 8 de diciembre de 1965, fiesta de la Inmaculada Concepción y son unas palabras que, décadas después y en unos tiempos así de convulsos, revisitamos con prudencia.



El Concilio Vaticano II comenzó el 11 de octubre 1962. Se trató de un evento espiritual, histórico y marcó una época. Y en el que, por primera vez, participaron como auditoras 23 mujeres, 10 de ellas religiosas y las otras 13 laicas.

Este mes dedicamos nuestro número de Donne Chiesa Mondo a aquellas mujeres que fueron elegidas no por representación, sino por competencia y rol y que no pudieron hablar, pero batallaron en las comisiones.

Porque en los años en los que el papel de la mujer en las sociedades occidentales estaba cambiando profundamente, fueron protagonistas y precursoras. Hablamos de mujeres cuyas historias cuestionan el hoy de la Iglesia y de la fe; mujeres consideradas “devotas” y también mujeres tachadas de “herejes”. Comencemos con una de las madres del Concilio, la australiana Rosemary Goldie con un retrato escrito por una de sus amigas, la teóloga Cettina Militello.

Otras de las protagonistas de este mes practican la paz y no temen emprender caminos difíciles de diálogo. Instintivamente construyen puentes, incluso cuando se instrumentalizan con fines políticos. Véase Constanza de Staufen, devota emperatriz bizantina, hija de Federico II de Suabia, abocada a un matrimonio de conveniencia al servicio de su padre, quien fue condenado por Inocencio IV.

Testimonio de fe y de humanidad

Regresando al presente, encontramos una figura como la comboniana Azezet Habtezghi Kidane, para todos sor Aziza, eritrea que trabaja en Jerusalén Este donde, con perseverancia, mantiene un diálogo con todos que dura ya veinte años. Trabaja para garantizar que las mujeres que han tenido que huir de su tierra en África obtengan lo que les pertenece por derecho, es decir, asilo político y un futuro trabajando después de haber sufrido terribles experiencias de abuso sexual, tortura y esclavitud.

Y no pocas veces a las mujeres les toca pagar con su propia vida un testimonio de fe y de humanidad. Así les sucedió a las cuatro hermanas de Madre Teresa asesinadas en 2016 en Yemen. Poco antes de morir escribieron, junto con la quinta superviviente, a sus hermanas en Roma: “Cuando los bombardeos son fuertes nos escondemos debajo de las escaleras, las cinco siempre unidas. Juntas vivimos y juntas morimos con Jesús, María y nuestra Madre”.

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