Todo sucedió en el silencio, en el recogimiento del misterio. Dios es difícil de comprender. A lo largo de la historia bíblica, manifiesta sus preferencias por lo más pobre, lo más pequeño, lo más humilde. Y esto nos cuesta mucho vivirlo, es como una espina clavada en nuestra razón.
- ¿Todavía no sigues a Vida Nueva en INSTAGRAM?
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito
Buena prueba de ello es que Dios elige para que nazca su Hijo un pequeño pueblo de los olvidados de Judá, teniendo más prestigio Jerusalén, la capital del reino, o Jericó, el oasis más floreciente y rico de Palestina; pero no, eligió la olvidada y menospreciada Belén. Dios hace su entrada en la humanidad al abrigo de una sencilla casa, ignorada por cualquier ruta turística. Gabriel prescindió del templo, para anidar en el seno de la verdadera casa de David. Y, a partir de entonces, esto se hizo costumbre para Dios.
Por eso, elige como madre a una sencilla joven de Nazaret, María, la sierva del Señor sin alardes de privilegios, siempre la humilde sierva.
Y a Isabel, su pariente, también bendecida, la última de la lista de las mujeres estériles del Antiguo Testamento. Imagen de una vida plagada de inseguridades, casi sin futuro. Sorprendida en la vejez y en la desolación de un matrimonio, que acaba sus días sin un hijo que pudiera cuidarles y defenderles en su ancianidad.
La casa del pan
Incluso los nombres de los lugares –Belén (la casa del pan) y Nazaret (lo que brota)– sugieren sencillez, humildad, lo que se va haciendo poco a poco, en el silencio y la espera, como el pan, como el brotar de una planta… Estas personas de nuestra raza, y estos espacios vitales, tan parecidos al nuestro, son signos que nos ayudan a entender y a creer más. Son caminos espirituales que nos acercan al Dios verdadero y no a nuestros ídolos.
Es importante esta pequeñez que se nos muestra en los relatos del nacimiento de Jesús, porque solo los que se sienten necesitados, solo los que sacan valor para preguntarse por el sentido de la vida y de los acontecimientos, solo esas personas son las únicas capaces de escuchar y de creer. El que piensa que sabe todo o pretende controlar todo, el que no se ve capaz de conversión, el que es incapaz de echar una mano al que lo necesita, o se aprovecha del otro… esa persona no cree o se construye su propia religión para vivir tranquilo.
Tracemos los caminos, como en los nacimientos tradicionales, hacia el establo de Belén, para adorarlo como Príncipe de la Paz, tan necesaria en nuestra tierra, que es reconciliación con Dios, con nosotros mismos y con toda la humanidad.
¡Feliz Navidad! ¡Ánimo y adelante!

