Ayer en mi barrio ya no había hueco para aparcar fácil. Al caer la tarde había más ruido, algunas tiendas estaban abiertas de nuevo y se veía más gente por las calles. En una ciudad como Madrid esto es signo de que las vacaciones de verano se están acabando, al menos para la mayoría. Algunos han cubierto turnos, han hecho guardias en servicios esenciales o de ocio, y en unos días se irán; pero la mayoría está volviendo.
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Los tiempos y los ritmos nos marcan tanto como los espacios. No estamos igual un sábado por la mañana en un pinar fresco escuchando el murmullo de un rio sobre la yerba que un martes temprano en el metro adormilados y medio apretujados con tantos otros en una situación similar. Tampoco es igual ir en metro a trabajar en algo que te gusta que desplazarte para encontrarte con tu jefe para firmar un despido. Es evidente que somos lo que somos entrelazados con los tiempos y espacios que habitamos y elegimos.
El ritmo cotidiano
Estar volviendo al ritmo cotidiano, justo por ser conocido, puede ser una oportunidad desaprovechada que nos pase desapercibida. Estar volviendo a una casa, un trabajo, una familia, unos amigos, unos hobbies… puede ser un momento privilegiado para reelegir lo que queremos que forme parte de nuestra vida y lo que no. O al menos, para elegir cómo queremos vivirlo.
Recomenzar el curso es adentrarse, en cierto sentido, en una gruta desconocida porque está inexplorada, nunca hemos estado allí antes. ¡Es un tiempo y un espacio nuevo! La trampa puede estar en creer que es “lo de siempre”, lo que vivimos el año pasado o las últimas dos décadas. Y no es verdad. Algunos comenzaremos septiembre con novedades: nuevo trabajo, nueva casa, nuevas relaciones, nueva jubilación, nuevos estudios…. Otros comenzarán sabiendo que “siguen” en lo que estaban: la misma pareja o la misma soledad, la misma familia, el mismo trabajo, la misma casa, el mismo barrio. Pero para todos la oportunidad es la misma: ¿dónde estoy volviendo?, ¿dónde y cómo quiero volver? Y, sobre todo, ¿con quién vuelvo?
Para empezar vuelvo conmigo mismo, conmigo misma. Eso va a atravesar todos los demás escenarios posibles. Bien merece dedicarle un tiempo y un espacio de calidad: cómo estoy, qué me ilusiona, qué me asusta, qué me duele; con quién estoy dispuesto a invertir tiempo y fuerzas y con quién ya no lo haré más; en qué proyectos voy a embarcarme, cuáles voy a dar por terminados, dónde tengo que seguir aunque no quiera (principio de realidad) y por tanto no voy a entregar nada de mí.
Podemos imaginar nuestros espacios más íntimos (habitación, casa, lugar de trabajo…) y visualizarlos, tal como son, tal como querríamos que fueran. Si no hay una zona considerable de posibilidad real de transformarlos, quizá tendríamos que pensar otra cosas. A veces es suficiente con cambiar los muebles, los colores, retirar algo que ya no sirve o no me gusta por otros objetos que me hagan sentir bien y en casa. Otras veces se trata de reemplazar actitudes o expectativas en lugar de objetos; suele ser más costoso aunque siempre mejor que seguir por inercia donde las cosas no funcionan y el balance es más negativo que positivo.
Estamos volviendo. Y ojalá no demos por hecho que volvemos “a lo de siempre”. Ni siquiera a lo de antes. Estamos volviendo y nunca estamos igual. Quizá he abandonado una relación que me hacía bien por alguna razón: ¿por qué no recuperarla en espacios y tiempos? Quizá llevo luchando contra una situación y no avanzo: ¿por qué no rendirme saludablemente o cambiar de dirección? Estamos volviendo. Y, en gran parte, sin ser ilusos ni buenistas, podemos elegir cómo, dónde y con quién. Vamos allá.