Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Vivir no es un selfi


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En un concierto, el músico Salvador Sobral criticó que se entienda la vida como una selfi, una fotografía de uno mismo. Ciertamente parece que crece ese modo de comprender la vida: una foto que uno se hace a sí mismo ante el mundo, sus paisajes, sus momentos históricos -yo cuando Putin invadió Ucrania, yo cuando murió Isabel II de Inglaterra, yo cuando mi equipo ganó la Liga, yo cuando mi mujer se casó conmigo, yo cuando mis hijos comenzaron a ir al colegio, yo cuando me jubilé en la empresa, yo cuando pasó el cometa, yo cuando se extinguió el último rinoceronte, yo cuando morí-.



El mundo es paisaje y uno está en primer plano. El mundo es solo el telón de fondo del yo. Ciertamente vivimos desde uno mismo y cada uno es para sí lo que tiene más a mano, pero somos mundo. Soy porque somos mundo. Somos porque soy, es verdad, pero también soy porque somos. El mundo, los demás y la historia nunca son el paisaje de fondo, sino que son tan tú como tu propio cuerpo.

En cambio, el yo está demasiado cerca de la cámara que somos cada uno: el ego ocupa un espacio demasiado grande, todo lo demás queda lejano al fondo. En el selfi uno se preocupa por el aspecto que tiene, la apariencia, sobreactúa con los labios, la mirada, gestos o la postura para ganar mayor protagonismo todavía en ese escenario. La realidad se vuelve escenario de una obra en la que uno es director, el único protagonista, el único público y el único cronista que lo va a contar. Ese exceso de yo distorsiona la realidad, es parte del proceso de desrealización y desmaterialización que sufre nuestra época.

Sobreegoización

El selfi es divertido, nos permite salir a todos en la foto cuando viajamos, y es casi un género artístico, pero también refleja una sobreegoización que está haciendo perder no solo el sentido de realidad, sino que incluso se tiene una mirada distorsionada de uno mismo como si viviera reflejado dentro de una bola cuyo interior todo es espejo.

Necesitamos recobrar la realidad y aquella mirada de Caspar David Friedrich en la que se autorretrataba a lo lejos en la inmensidad del mundo, porque eres si eres todo un mundo.