Juan del Río, arzobispo Castrense de España
Arzobispo Castrense de España

Virtudes clave para el coronavirus


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Las vivencias personales y colectivas del largo aislamiento por el Covid-19 ha generado diversos sentimientos, actitudes y realidades sociales. Tenemos aquellos que se han tomado en serio esta prueba, como un tiempo de búsqueda de sentido, con el fin de reorientar sus vidas y simplificar sus aspiraciones, ello ha requerido una gran carga de realismo y sinceridad consigo mismo. Estos han tenido una postura sabia y prudente, poniendo en práctica lo que dice el libro de los Proverbios: “Hace más el sabio que el valiente, el hombre de ciencia más que el fuerte” (24,5).



Otro grupo de personas ha vivido este dilatado periodo como shock que les ha trastocado su débil psicología y se sienten rotos por dentro, viviendo en el miedo aprensivo, la tristeza, o la desconfianza.

Algunos comienzan a sentir los zarpazos del paro y la escasez. Se trata de las personas y colectivos más vulnerables debido a factores económicos o culturales, “víctimas colaterales” del coronavirus, que no deben ser olvidadas en los tiempos posteriores a la crisis.

También están aquellos otros, que han utilizado el confinamiento para los intereses propios o de grupo, con el fin de hacer su “agosto”. Dicho comportamiento redobla la desgracia que padecemos, ya que no incita a la solidaridad entre los ciudadanos y crea recelos sobre las promesas de superación de los problemas actuales y venideros.

Aprovechados de turno

Esta epidemia sanitaria y humana no la dominarán los autosuficientes, mentirosos, timoratos y aprovechados de turno, sino aquellos valerosos ciudadanos y sensatos gobernantes que sepan conjugar estas tres virtudes claves: responsabilidad, prudencia y veracidad.

Así, cuando estamos iniciando las diversas fases de la desescalada, las autoridades competentes están pidiendo a los ciudadanos la máxima responsabilidad en el cumplimiento de la normativa vigente. La persona responsable es aquella que no se deja llevar por su comodidad, sentimientos o intereses, sino que valora la situación y utiliza su libertad en función del bien común. Cada uno en la sociedad tiene sus responsabilidades y debe responder ante su propia conciencia y ante la justicia. El cristiano ha de responder también ante Dios (cf. Mt 25,26).

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Además, en una situación tan compleja como la que estamos padeciendo y para que la desescalada transite por los senderos de la cordura, es necesario que la responsabilidad vaya unida a la virtud de la prudencia. Ella es el juicio práctico que sabe valorar las diferentes circunstancias y prever las consecuencias de una determinada acción después de deliberar, juzgar y ordenar. De ella diría San Francisco de Sales: “Es la luz o antorcha de nuestra vida, que nos ilumina para no errar el camino… y preserva de la corrupción a las demás virtudes”.

Las personas y los pueblos son libres cuando viven en la verdad y prosperan en la solidaridad. Sin embargo, parece que hoy impera “la cultura de la mentira”, donde a la verdad se le teme, la sinceridad no se cotiza y el amor se frivoliza. Venceremos entre todos a este maligno virus, si amamos la verdad, respetamos los derechos esenciales y existe transparencia en las actuaciones. No olvidemos lo que al comienzo de este milenio nos decía san Juan Pablo II: “A lo largo de los siglos, la negación de la verdad ha generado sufrimiento y muerte. Son los más pobres e inocentes los que pagan el precio de la hipocresía humana” (Roma 21.4.2000).