¿Vio el papa Francisco a Cristina Pedroche en Nochevieja?


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Puede que a alguien le sorprenda la pregunta, pero no es tan sorprendente, al menos si consideramos las palabras del Pontífice durante la homilía que pronunció en la festividad de Santa María, Madre de Dios, el 1 de enero: “Cuántas veces el cuerpo de la mujer se sacrifica en los altares profanos de la publicidad, del lucro, de la pornografía, explotado como un terreno para utilizar […] El cuerpo de la mujer debe ser liberado del consumismo, debe ser respetado y honrado”.



Quizá alguien arguya que Cristina Pedroche no estaba utilizando comercialmente en Nochevieja el cuerpo de la mujer –su propio cuerpo–, sino haciendo uso de su libertad. Sin embargo, es evidente que no se puede mantener –si se quiere ser mínimamente coherente– un discurso feminista que abogue, por ejemplo, por la desaparición de mujeres-florero en torneos de tenis o en carreras automovilísticas o ciclistas, y, a la vez, crear expectación sobre el vestido –o, mejor, la falta de él– que se lucirá la última noche del año, sacando además rédito comercial o económico para ella misma y para la cadena de televisión que la contrata. Que lo puede hacer, naturalmente, nadie se lo impide; pero entonces, por decoro, es mejor guardarse los sermones feministas en defensa de la mujer.

Cristina Pedroche

La clave, pues, es la de la coherencia. Y esto la Iglesia lo sabe bien, porque es la acusación –la de la falta de coherencia– que lleva oyendo contra ella, y en muchos casos con razón, durante años, si no siglos. Es verdad que a veces la coherencia, el mantenimiento de la postura o la palabra dada, llega a extremos verdaderamente inhumanos, como vemos en la Biblia, en el episodio del juez Jefté y su hija. “Jefté hizo un voto al Señor: ‘Si entregas a los amonitas en mi mano, el primero que salga de las puertas de mi casa a mi encuentro, cuando vuelva en paz de la campaña contra los amonitas, será para el Señor y lo ofreceré en holocausto’” (Jue 11,30-31). La primera que salió al encuentro de Jefté fue su hija única, que acabó siendo sacrificada.

Sin llegar al drama de Jefté, lo cierto es que la coherencia exige sacrificios personales y un camino más difícil de transitar que el de estar solo a las maduras y para hacer caja.