El tema de las víctimas corre el riesgo de ser desgastado y trivializado en la discusión pública. Por ello, la intención de este texto es reivindicar que toda víctima importa, sin necesidad de etiquetas.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
A usted puede caerle bien o no una víctima; eso no le quita haber sufrido determinada afrenta. Al contrario, cuando se anteponen preferencias ideológicas y se relativiza su condición, se revictimiza a alguien que ya atravesó una situación grave.
El problema surge cuando se pretende jerarquizar a las víctimas o encasillarlas en nomenclaturas. Si usted pertenece a cierta ideología, puede terminar siendo considerado una víctima de segunda, tercera o cuarta categoría, e incluso se dirá que “se lo merece” por pensar de determinada manera.
Las víctimas de las que nadie habla
En el fondo, esto refleja una miopía frente a la crisis de miles, como si solo importaran aquellos que, según una visión personalísima, merecen ser considerados víctimas, mientras los demás “se lo buscaron”. Una forma justicialista a la medida.
Hoy abundan los ejemplos de personas a quienes se les vulneran las condiciones humanitarias más básicas. El asesinato atroz de siete mil cristianos en Nigeria es uno de ellos. Sin embargo, esa tragedia no se convierte en tendencia, nadie ondea su bandera en protestas públicas y permanece invisible para la mayoría. Resulta perverso que existan “crisis de moda” y “víctimas de moda”.
Susan Neiman, en su crítica a la cultura woke, sostiene que hoy se ha viralizado el deseo de ser víctima: ya nadie quiere ser héroe. El meollo es que sin pretensiones de moral y virtud es posible terminar siendo más verdugo que víctima, incluso desde la narrativa y los comentarios en la opinión pública.
El problema es que, si se relativiza a la víctima, también se relativiza al verdugo: se le resta responsabilidad, se minimiza su cuota de culpa ante la atrocidad cometida. Y, en consecuencia, no solo pierde la víctima, sino que perdemos todos, porque la humanidad misma anestesia su conciencia para creer que actúa correctamente.
Todas las víctimas importan
Las víctimas no tienen color político ni ideología. No son culpables de lo que les ocurrió, no se lo buscaron, no se lo merecen y no son menos importantes por ser de derecha o de izquierda. Son iguales en la condición humana y en su vulnerabilidad frente a la irracionalidad y deshumanización de sus verdugos.
Por ello, el rechazo a la violencia será auténtico cuando deje de justificarse en unos casos y celebrarse en otros, bajo una lógica tan ilógica como acomodaticia y carente de sentido.
Esto, por sentido común y por humanidad, sin ni siquiera mencionar el sentido cristiano.
Por Rixio G Portillo. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey
Foto: EFE
