Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

Una meditación serena para el final de curso


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Un curso más va terminando. A las puertas del calor veraniego, toca hacer memorias. Más allá de la burocracia innecesaria y las exageradas e irresponsables propuestas de mejora, algo se queda en el alma y convendría atenderlo.



El inicio de curso se abría reiterando la incertidumbre y poniendo a todos en guardia por lo que pudiera pasar. Una dinámica de emergencia que, al menos en mi caso, comprendo que es insostenible durante toda una vida. Siendo la imprevisión absoluta una verdad incuestionable, se hace humanamente necesario vivir con un proyecto existencial y relacional sereno, sin el que se hace muy difícil una situación digna. La sociedad que ha explotado la incertidumbre, también en la escuela, y que la lanza sobre los jóvenes inconscientemente, me parece que llama con su actitud al renacer del otro extremo, el de las certezas incuestionables, el de la seguridad absoluta, el del totalitarismo social de las decisiones impositivas. ¡Cuidado con el cansancio general de la libertad! ¡Cuidado con el miedo!

Además de la pandemia, el cambio de Ley hacia la LOMLOE ha planteado y sigue planteando sus interrogantes. De un lado, la imprescindible actualización de la escuela a los nuevos tiempos y a retos siempre cambiantes. Del otro, la oportunidad perdida para el consenso social tranquilo. En medio de las agitaciones políticas que ya van hartando, me atrevería a decir que la solución pasa por la autonomía de los centros, es decir, por dotar a los claustros de capacidad para proponer su propio proyecto educativo contextualizado y adecuado a su realidad, su sensibilidad, su propuesta. Después, que sean las familias las que tomen la palabra.

Gracias por el compromiso

Respecto de los alumnos, qué decir. Como trabajo con adolescentes, a los que quiero y con los que ejercito diariamente la paciencia con total normalidad, no dejan de sorprenderme. No soy el único profesor que agradece, dentro de sus posibilidades, su respuesta y saber estar, su flexibilidad y su compromiso. No diré que son lo mejor de lo mejor o casi perfectos, porque la pereza se extiende de modo incontrolado y en ellos es arrollador el imperio de la ociosidad y la diversión, es decir, del aburrimiento y del sinsentido de lo que hacen, pero he terminado el curso destacando que muchos de ellos tienen una buena capacidad de sufrimiento y han incorporado en su proceso educativo buenos métodos de estudio.

Me paro en estas dos cosas últimas. Respecto de lo primero, que me parece que hay que elogiarlo más de lo que creemos, viven con normalidad exigencias que a otros les parecerían mundos inabarcables. Respecto de lo segundo, es donde personalmente veo el logro de un buen proyecto educativo: no en que todos estudien por aquí o por allá, sino en dotar de herramientas suficientes para que cada uno, con su capacidad, logre avanzar en tal o cual dirección. Lo primero sería el esfuerzo, que muchos deben más que a la escuela a sus propias familias, mientras que lo segundo es lo que en literatura pedagógica se llama personalización. Lo primero nos viene dado y, cuando no está, no sabemos bien dónde mirar para pedirlo. Lo segundo es, en gran medida, fruto del esfuerzo paciente de los profesores.

Hay que destacar igualmente que la tecnología va encontrando su lugar. Costará a muchos superar su ensoñación, pero pasará más pronto que tarde. Ojalá no se lleve por delante demasiada humanidad educativa, aunque por ahora va oscureciendo otras formas más directas y rebajando la auténtica presencia del encuentro y lo común. Su incorporación, muchas veces acrítica y sin experiencia previa probada, provoca situaciones en las que, por ahora, solo el trato directo y el cara a cara pueden resolver. No solo en los conflictos, también en los amores y en las atracciones. Más que tener presencia por sí misma se está situando al servicio de otras cosas más importantes, queriendo o sin querer. Me temo que su auge viene también acompañado de intereses no esclarecidos y de currículos ocultos que habrá que iluminar. Algo que ha ayudado a frenar su crecimiento ha sido la sobredosis de pantalla en pandemia. Se nos estaba yendo la cabeza.

De esto último, también conviene hablar. Estamos muy preocupados por la “salud” de la escuela. De vez en cuando salta alguna alarma, pero esta vez la inquietud es enorme y ojalá no pase nada tan serio como los estadistas proclaman. Lo cierto es, a mi modo de ver, que no se puede volcar la responsabilidad de la salud mental del joven sobre el joven mismo y deberíamos hacernos mirar las culpas de unos y otros. Mirar hacia otro lado, distender como si no existiera nada o narcotizar la conciencia de los jóvenes son soluciones mediocres, a la altura de su esconder la ropa sucia debajo de la cama. Pan para hoy, hambre para mañana. Habrá que indagar y reconocer qué está empobreciendo tanto la esperanza y las ganas de vivir, el sentido y el ímpetu más propio del joven, por no hablar de lo que ocurre con la adolescencia y su soledad. No puede esperar mucho una reflexión madura, adulta y consciente. Si la salud espiritual y religiosa existen, como creo, es el momento de plantear al descubierto el rumbo de occidente, porque sus retoños más frescos están ahogándose.

Por lo demás, feliz descanso a quienes corresponda deseárselo. Mis alumnos saben que odio profundamente el término “vacaciones”, por ser de vagos. Yo les deseo un recreo mayor, un tiempo de recreación y renovación. Y por ende, a todos vosotros que leéis hasta el final este blog.