Una Iglesia inculturada e intercultural con rostro amazónico


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No podemos seguir fraccionando la realidad, porque la cultura de la muerte se basa en el paradigma de la ruptura. Luego de experimentar con los pueblos indígenas la ecología cultural, creo que debemos reconectarnos con la profunda presencia de Dios en la historia de este mundo particular y en estas cosmovisiones que nos abren perspectivas, que nos ayudan a tener un genuino entendimiento del paradigma de la “ecología integral”.



Podemos colocar nombres ‘teológico-pastorales’ a las experiencias particulares, o cualquier otra categoría tratando de interpretar una experiencia observada, pero sin una vivencia encarnada y una visión de conjunto, no podremos ir más allá en la experiencia de la integralidad en la experiencia del Espíritu de Dios.

La perspectiva cultural nos enseña que la presencia de Dios es permanente, mientras que la teología nos ayuda a reconocer cómo el Espíritu trasciende nuestras limitaciones, por ende, cualquier paradigma pastoral debe experimentarse siempre desde la presencia de Dios en medio de la realidad, para adentrarnos en ella. De esta manera, buscando una genuina unidad con Dios, podemos experimentar una perspectiva de sabernos todos y todas, sin distinción, hijos de la presencia divina, y todos en potencial comunión espiritual.

Por ello, al tratar de ver las dimensiones de una Iglesia con rostro amazónico, primero, resulta primordial abordar este acercamiento desde la encarnación territorializada, donde se rompen las especificidades, buscando los elementos unificadores que dan cuenta de una vivencia comunitaria. Aquí no pueden verse de manera aislada las pastorales, sean la social, la indígena, la ecológica, la de los derechos humanos, o la propia pastoral sacramental o de iniciación cristiana. El trabajo en red es clave para tener una mirada multidimensional: antropológica, social, política, cultural, ecológica, económica y espiritual, ninguna de las partes puede ser tratada de manera separada.

Acompañar a los pueblos indígenas en sus luchas y abrazar sus identidades

Los pueblos indígenas quieren una presencia significativa que los acompañe en sus dinámicas cotidianas, en sus luchas, en la defensa del territorio, como en el pasado lo hicieron muchísimos misioneros y misioneras, conocidos o desconocidos, que son signos proféticos de la Iglesia, quienes siguen inspirando y marcando el camino para nuestra presencia eclesial.

Desde la visita del Papa Francisco a Puerto Maldonado al inicio de 2019, hasta la Exhortación Querida Amazonía en 2020, hemos venido comprendiendo esa visión de conjunto planteada desde la perspectiva sinodal, que hombres y mujeres de Iglesia, encarnados en el territorio, han abanderado con parresía, entrega, coraje y testimonio evangélico, frente a las amenazas propias de esas dinámicas en tensión, porque la defensa de los pueblos indígenas tiene siempre muchos y muy graves riesgos.

Todos los días en las diversas regiones de la Amazonía hay persecuciones, violencia y, también para nuestro profundo pesar, asesinan a defensores y defensoras, líderes de comunidades, incluso a los más vulnerables, los pueblos indígenas en aislamiento voluntario. Todo esto, en muchas ocasiones, bajo la mirada cómplice de autoridades y la incapacidad de las instancias gubernamentales, que no cumplen su mandato de defender la vida y el bien común de todos, y en otras ocasiones con una actitud negligente de algunos representantes de la Iglesia que parece no considerar esto como parte de su misión esencial, la de defender la vida y defender el futuro de este territorio y del planeta.

No obstante, sigue siendo aún más importante la valentía y la audacia de toda esta Iglesia que quiere responder como lo ha hecho desde el inicio, con mucha más fuerza en los últimos 50 años desde el Concilio Vaticano II, incluso dando la vida en algunos casos. La misión eclesial implica acompañar al propio pueblo de una manera tal y tan cercana que se comparte también el propio destino que está siendo para ellos un destino de muerte, de dolor, pero al mismo tiempo de celebración, de fiesta y de esperanza por la posibilidad de nueva vida.

Encontrarse con los hermanos y hermanas indígenas en la festividad, en la celebración, en la palabra y en la cultura, son signos de un Evangelio inculturado e intercultural que se reafirma en los cuatro sueños del Papa: social, ecológico, cultural y eclesial. Podemos estar seguros que hay futuro, y que el Reino también estará fuertemente tejido por estas expresiones vivas del misterio de Dios en los pueblos amazónicos, cuando vivimos con ellos sus razones para la esperanza, y sus visiones de un futuro mejor para el que nos piden colaborar en su construcción paulatina, al ritmo de las aguas.

El Papa Francisco tiene una cercanía especial con los pueblos indígenas, eso lo saben ellos, por tanto, sienten una afinidad por sus palabras sencillas dichas desde el corazón, por los signos que tienen mucha fuerza comunicativa, y por las acciones concretas que los reconocen, reivindican y les abren espacio para compartir su vida y sus identidades. Estos gestos del Sumo Pontífice dan cuenta de que es necesario un cambio de fondo, de que en su propuesta teológico pastoral, la cual secunda estos gestos y mensajes especiales, se está avanzando en la Iglesia para encarnar con más fuerza el magisterio que nos interpela, sobre todo a través de la encíclica Laudato Si’.

Una presencia frágil, queriendo ser más valiente y profética

Frente al incremento de la violencia, la criminalización y la persecución en los territorios por la mano siempre presente, y en expansión sin límites, del extractivismo, se han implementado estrategias nacionales e internacionales de la Iglesia, en alianza con los propios pueblos y otras organizaciones, para responder mejor a este momento crucial. Es una situación que produce una imparable violencia signada por un modelo de desarrollo de acumulación sin límites o escrúpulos, inspirado en la cultura del descarte. Allí la Iglesia sigue haciendo pedagogía para ser mucho más consistente, valiente y profética, al modo del Reino que Jesús nos propone.

En la REPAM hemos abierto espacios concretos de incidencia como la Escuela para la Promoción, Defensa y Exigibilidad de los Derechos Humanos en la Panamazonía. Además, en esa dinámica de red, hemos logrado integrar a organizaciones, comunidades campesinas e indígenas de la Amazonía, universidades, y  otros, con presencia en espacios de Naciones Unidas y otros ámbitos de presión ante gobiernos en Estados Unidos y Europa, países a los que pertenecen las principales iniciativas que están destruyendo la Amazonía.

En comunión intra y extra eclesial hemos podido reflexionar sobre los impactos de este modelo sobre el territorio y la vida de los pueblos, y sobre la importancia de la defensa de los derechos humanos desde la perspectiva de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), afirmando, asimismo, la claridad de una urgente opción por la justicia, la cual ha estado fuertemente presente en toda la preparación del Sínodo de la Amazonía.

De hecho, animamos diálogos orientados a aportar al proceso sinodal con respecto a los temas específicos de acompañamiento a las organizaciones locales, con las propias poblaciones de los pueblos originarios y sus organizaciones, sobre el fortalecimiento de sus causas y la promoción de acciones de derechos humanos, como en efecto ha venido haciendo la Iglesia a lo largo de la historia en estos territorios, aunque haya sido sobre todo de modo marginal.

Todo en pos de afirmar los propios rostros de quienes viven en el territorio, y eliminar esas intermediaciones que producen muchas veces una invisibilización de los propios dirigentes, como sucede con muchas organizaciones que “viven” de las causas de los pueblos.

Todavía falta todo por hacer, persiste la violencia sistemática contra los defensores y defensoras de los territorios, la criminalización de los líderes de las comunidades. Por esto, la Iglesia debe estar allí, mucho más profética, mucho más cercana de estas causas para poder ser coherentes con este proyecto de Reino y el estar con los pueblos indígenas y comunidades, como el Papa Francisco nos lo ha pedido, y como claramente ha expresado el mandato recibido por el Sínodo de la Amazonía para toda la Iglesia y la sociedad en el territorio, y mucho más allá de éste.

Que los pueblos sean sujetos de su propia historia

La defensa del territorio y sus pueblos implica una actitud de profundo discernimiento en medio de tantos signos de muerte. Urge escuchar al Espíritu –la Ruah divina–, en medio de este territorio y en la vida amenazada de sus pueblos, una presencia que a lo largo de la historia la vida religiosa (sobre todo la femenina) ha tenido muy presente al encarnarse, mucho más que otras instancias eclesiales o no, en medio de ese pueblo para escuchar al Dios presente entre los pueblos que habitan la Amazonía.

En esta entrega diaria, obispos, sacerdotes, misioneros, misioneras, laicos, laicas y, sobre todo, los propios pueblos indígenas y las comunidades amazónicas deben ser sujetos de su propia historia para tener una mirada de horizonte en el futuro, y no solo ser objetos de acciones externas, o receptores de visiones impuestas de arriba hacia abajo, sin considerar su propia caminada y su identidad particular.

Sin duda, se deberá ahondar en la Encíclica Laudato Si’ para seguir construyendo propuestas de ecología integral en sus distintos niveles: humana, política, ambiental, económica y cultural. Aparte, requerimos una teología intercultural que responda a los signos de los tiempos actuales, que abrace toda esta novedad que el Espíritu va revelando en el tiempo presente, que afirme la conversión pastoral que el Papa Francisco está impulsando, abrazando la mirada de su Exhortación Apostólica ‘Evangelii Gaudium’, para ser más una Iglesia en conversión y en salida misionera, abrazando una evangelización desde lo social, e ir haciendo una opción que responda a las heridas más profundas de la Amazonía, y del mundo de hoy.

Hay una visión global que se va tejiendo, por eso es muy importante reconocer que el Sínodo de la Amazonía no ha sido solo sobre esta territorialidad o espacio socio-cultural, sino que ha implicado y afirmado los otros sujetos eclesiales territoriales emergentes en  otros biomas como la Cuenca del Congo, Asia Pacífico, el Corredor Biológico Mesoamericano, la región del Acuífero Guaraní y el Gran Chaco en Sudamérica, y seguir esforzándonos para articular estos procesos, acompañar la constitución de sus propias redes eclesiales territoriales, para que se sientan integrados y acompañados, y puedan pensar sus propios proyectos de integración territorial.

Ojalá todo este dinamismo pueda abrir, poco a poco, los nuevos caminos para una nueva mirada de la territorialidad encarnada de la Iglesia. Los pasos se están dando, pero estamos absolutamente en las manos de Dios, y haciendo todo lo que podemos para acompañar esta invitación del Señor.


Por Mauricio López Oropeza. Director del Centro Pastoral de Redes y Acción Social del CELAM