Un trance silencioso


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Muchas veces me pongo ante una hoja en blanco y lo que había pensado escribir, mientras llego a casa, ya lo he olvidado. Me había recreado en un hecho que creo que puede dar para una idea y una reflexión posterior, pero, cuando me siento, mi mente está sin surcos como la hoja de papel. Revuelvo en mi interior y no hay manera de recordar nada de lo acontecido tan solo una hora antes.



La escritura, cuando fluye, parece que surge de un trance silencioso donde brotan las palabras, hasta que te quedas ensimismado releyendo lo que has garabateado y comienza una larga pausa. Me pasa lo mismo cuando tomo la Biblia en mis manos. Tantas historias engarzadas para hablar del ser humano y de Dios, diseñadas como un gran paisaje, un espléndido tapiz.

Pero yo me entretengo en un pequeño detalle, en una rama, en una piedra, en un pozo, en un camino, en un sueño, en una súplica, en una mirada, en una palabra, en una huida. Y entonces todo lo demás desaparece. Me quedo anclado en lo que más me toca la herida que escuece y cura.

La historia y mi historia

Desde la primera palabra –’en el principio’, del Génesis– hasta la última –’Amén’, del Apocalipsis–, como las lágrimas, de gozo o de dolor, se desliza suavemente la historia de la humanidad, y, claro que sí, mi propia existencia. Siempre hay una serie de palabras que, como un sendero, marcan mi vida y mi horizonte.

escribir

La suave brisa de Dios movía las manos de los escribas de los setenta y tres libros de su historia de salvación, otra vez, en un trance silencioso, para que yo pase las delicadas páginas y me quede absorto en las palabras que cauterizan y sanan mi corazón. Un metro cuadrado de papel biblia no pesa cincuenta gramos y, a pesar de su aparente debilidad, es frágil pero duradero si no lo maltrato, como la propia vida. Es un papel hecho también de lino y de algodón, que me cubre tanta desnudez. ¿Quién te ha dicho que estabas desnudo? Tú, en las primeras líneas, y, a partir de ahí, no hay nada ya que creerse, si no es en ti.

Amor en cada palabra

Ellos escribieron las mejores historias de la literatura. Ellos cantaron un cántico nuevo, una grandiosa historia de seres como tú y como yo, dejando destilar su corazón para hablar de cuánto amor hay derramado en cada palabra, en cada gesto, en cada verso. Nos llama como a su hijo de Egipto, de los desiertos vitales, de la oscuridad de la noche, del abandono, entre una piara de cerdos.

Y, aun así, pensamos que Dios se ha escondido y guarda silencio. ¡Ánimo y adelante!