José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Trump y la Iglesia norteamericana: exclusión e inclusión


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Unos ponen el énfasis en la exclusión. Y otros en la inclusión. El horizonte se oscurece para quienes caminan sin tierra, los que buscan en otras costas un refugio, un rincón donde el frío del exilio ceda ante el calor de una esperanza. El 20 de enero se alza como un presagio, un día en que los muros no solo se levantarán de piedra, sino también de decretos, discursos y banderas.



Trump, el nuevo dueño de las llaves de la Casa Blanca, –recientemente condenado por el ‘caso Stormy Daniels’ en una sentencia simbólica pero histórica– habla de deportaciones como si fueran cifras y no pureza. Los sueños de los migrantes, tejidos con hilos de nostalgia y valentía, parecen deshacerse bajo su mirada.

Si Trump cumple lo que tanto ha repetido en campaña respecto a los emigrantes se enfrentará a la doctrina social católica. En su primera declaración a los fieles de Washington, su nuevo arzobispo McElroy ha afirmado que por el “sentido de la dignidad de cada persona”, los planes de  Trump de “deportación masiva, indiscriminada y más amplia en todo el país sería algo incompatible con la doctrina católica”.

Migrantes descansan en tiendas de campaña en el albergue Movimiento Juventud 2000, este miércoles

En la frontera, la alambrada se convierte en una espada, y quizás estas palabras eclesiales se conviertan en un grito sofocado. Son muchos los poderes internos y externos que atesora el nuevo presidente pues cuenta con Musk, que desde la tribuna digital, hará propaganda de esta nueva era. Trump sueña con Groenlandia, Panamá y Canadá como si fueran piezas de un tablero que ambiciona conquistar donde le será más difícil poner muros. Y mientras el océano, o el desierto del que llegan los migrantes se llevará la promesa de aquella tierra que abrazaba al extranjero, la de la estatua de la libertad que alza su antorcha hacia el cielo.

El éxodo no es una elección, sino un destierro impuesto por el hambre y la guerra entre otras causas. Los que huyen no encontrarán brazos abiertos, sino un puño cerrado. Y con el ceño fruncido el eco de un “América primero” resonará como un portazo en mil lenguas. Eso sí,  adornado con un ridículo bailecito.

Y aún así, en cada corazón migrante la esperanza no muere; solo se refugia en la mirada de un niño, en las manos –blancas o negras– que se entrelazan al otro lado del muro previsto y en la certeza de que ningún poderoso, por alto que alce su voz, podrá acallar para siempre el murmullo de la libertad.

Grietas

Pueden surgir o aumentar  las grietas en diferentes formas por donde se cuele la integración y la acogida de los emigrantes en el vasto paisaje de Estados Unidos incluso ante la llegada de Trump. Cuya madre, paradójicamente, era una inmigrante escocesa que sólo traía consigo unos pocos dólares cuando desembarcó en Nueva York en 1930. Sus abuelos paternos también eran inmigrantes alemanes.

Pongo nombre a algunas grietas por donde colarse otras prioridades distintas de las de Trump con los migrantes:

  • La grieta del diálogo: en comunidades donde el intercambio de ideas y experiencias se fomenta, el diálogo puede abrir puertas. Las conversaciones entre nativos y emigrantes pueden derribar muros de desconfianza, creando un espacio donde las historias se entrelazan y se construyen puentes de entendimiento. La Primera Enmienda de la Constitución garantiza la libertad de expresión, lo que convierte el diálogo en un derecho fundamental. En una sociedad democrática, esta libertad permite que se debatan ideas sin temor a represalias, contribuyendo al progreso social y político.
  • La grieta de la economía: la contribución de los emigrantes a la economía es innegable. En tiempos de incertidumbre, reconocer su papel (¡con sus derechos intocables!) como impulsores del crecimiento puede abrir la mente de quienes temen el cambio. La prosperidad compartida es un poderoso argumento a favor de la integración.
  • La grieta de la cultura: la inmigración ha permitido que Estados Unidos se convierta en un crisol de culturas. Los inmigrantes han traído consigo tradiciones, idiomas, costumbres, comida, arte etc que ya han enriquecido la vida cultural y social del país.
  • La grieta de la justicia: la lucha por los derechos humanos y la equidad puede ser un motor de cambio. Las voces que se alzan en defensa de los emigrantes pueden resonar en los pasillos del poder, promoviendo un enfoque más inclusivo y desafiando políticas que buscan dividir  Uno de los momentos más significativos en la lucha por los derechos humanos en la historia de Estados Unidos fue el Movimiento por los Derechos Civiles. Líderes como Martin Luther King Jr., Rosa Parks, Malcolm X y muchos otros lucharon por la igualdad de derechos para las personas afroamericanas, especialmente en cuanto a la segregación, el derecho al voto y la eliminación de las leyes discriminatoria.

Personas hacen fila para realiza tramites migratorios este viernes, en Tapachula (México)

Así, aunque las sombras de la incertidumbre puedan cernirse sobre el futuro, estas grietas pueden ser los canales por donde fluya la luz de la integración recordando que la fortaleza de una nación radica en su capacidad para abrazar a todos sus hijos, sin importar su origen.

Juntos. Como dijo el arzobispo Robert McElroy hablando “en nombre de las masas apiñadas que quieren respirar en libertad” pidiendo a su gobierno que “brinde un trato justo y humano a nuestros queridos hermanos y hermanas inmigrantes”. Y que hablando en español al dirigirse a la comunidad latina de Washington, citó la famosa frase de Francisco de que  todos son bienvenidos en la Iglesia. “Todos, todos, todos” enfatizó.

Unos ponen el énfasis en la exclusión. Y otros en la inclusión.