Enrique Lluc
Doctor en Ciencias Económicas

Trump ni sabe ni quiere perder


Compartir

En el (parece ser) casi ex-presidente de EE.UU. se puede observar una de las características que tiene nuestra sociedad economicista en estos momentos: la competitividad exacerbada que lleva a la obsesión por ganar.



De todos es conocida la aversión exagerada del actual presidente de EE.UU. a quienes son perdedores. Él se ve a sí mismo como un ganador y le es difícil considerar que ha perdido. Cinco millones de votos de diferencia entre su oponente y él no son suficientes para reconocer que no va a ser el próximo presidente de su país, no le es fácil aceptar una evidencia y se niega a hacerlo.

Para ello, parece que está dispuesto a poner a su país y a sus sistema electoral a la altura de lo que aquí, de manera coloquial denominamos “república bananera”, lo que tal vez tenga sentido cuando recordamos que fue una empresa estadounidense la que comenzó la producción de bananas a gran escala en varios países americanos para abastecer a su mercado nacional. Porque ¿De qué otra manera podemos definir a un país en el que una victoria por cinco millones de votos se puede definir como fraude electoral?

Protestas en defensa de Donald Trump

Tampoco tiene problemas en exaltar a sus seguidores para que protesten por lo que considera un robo, una manipulación de los votos recibidos. Esta campaña llega a nuestro país, donde veo en las redes apologetas de Trump que, con distintos argumentos, insisten en que el sistema electoral estadounidense tiene sus fallas y cómo el actual presidente tiene derecho a defender que él ha sido el vencedor de estas elecciones ante la evidente manipulación de los medios de comunicación estadounidenses.

Las normas del mercado

Todo esto es consecuencia de un culto a la competitividad que poco tiene que ver con un mercado sano. Porque el mercado y las elecciones se basan en unas normas. Todos sabemos que cambiar las normas a mitad de juego solamente puede llevar al beneficio de quien las cambia. Es necesario que las normas no cambien a mitad del partido para que todos sepan cómo y a qué están jugando.

Además, un mercado y unas elecciones sanas precisan que las normas potencien a jugadores competentes, no competitivos. Los primeros mejoran gracias a la competencia con los otros y saben que pueden perder, aceptando con deportividad que esto suceda. Los jugadores competitivos solamente quieren ganar, hacen lo imposible por conseguirlo y como les pasa a los niños, cuando pierden no solo se cabrean, sino que piensan que es porque los demás hacen trampas.