Tres puntualizaciones sobre el acuerdo Vaticano-China


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Si nos paramos a pensar en el acuerdo entre el Vaticano y China anunciado el sábado –22 de septiembre–, la cuestión es que realmente, no hay mucho en lo que pensar. Dice mucho de la discusión pública de principios del siglo XXI que el acuerdo haya sido tachado tanto de “increíble traición” como de “positivo para los católicos chinos” antes de que nadie sepa realmente lo que dice.

Lo que el Vaticano anunció es que se ha firmado un acuerdo, pero ni una pista sobre lo que realmente contiene. No está claro, por ejemplo, si el Gobierno chino elegirá obispos de una lista propuesta por el Vaticano, o si el Vaticano los elegirá de una lista propuesta por los chinos, o si el Papa tendrá algún tipo de veto. Todo lo que sabemos es que, como parte del acuerdo, el papa Francisco ha aceptado a 8 obispos que han sido nombrados por el gobierno sin la aprobación vaticana, uno de los cuales ya ha fallecido. La declaración vaticana dice que Francisco lo ha hecho “con la esperanza de que, con estas decisiones, se abra un nuevo proceso que permita curar las heridas del pasado, llegando a la plena comunión de los católicos chinos”.

Sin ese tipo de información, es imposible evaluar exactamente cuánto poder ha cedido el Vaticano sobre los nombramientos episcopales, y mucho menos cuáles serán las implicaciones a largo plazo. También habría que enfatizar que se ha descrito como un “acuerdo provisional” revisable, reflejando tal vez, entre otras cosas, que no todo el mundo en la parte china está enrocado en la idea. Los observadores chinos sienten desde hace tiempo que la clase dirigente está dividida entre moderados que apoyan un acuerdo, y los comunistas de línea dura que lo ven como una amenaza al control del partido sobre la sociedad, y, por tanto, a su poder.

En tres ideas

  1. Por mucho que lo analices, este es un punto ganador para Francisco y su equipo diplomático. Se piense lo que se piense sobre el mérito del acuerdo –y hay voces opositoras que piensan que es inoportuno, incluyendo los miembros anti comunistas más exacerbados de la Iglesia clandestina en China– está muy claro que esta es una prioridad número uno para Francisco y sus detractores pensaron que nunca lo conseguiría. La clase dirigente china –o por lo menos en teoría– estaban satisfechos con el status quo, así que estiraban la situación porque no querían ser lo que formalmente cerraran el diálogo. Si atendemos a esto, en realidad nunca tuvieron la intención de firmar en la línea de puntos… Obviamente, ahora han firmado algo, sea lo que sea. Dada la inversión que el Vaticano ha hecho en credibilidad diplomática para llegar a este punto, el mero hecho de haber llegado hasta él es una victoria.
  2. Es otro caso en el que Francisco gana crédito, o culpa, por dar pasos que son hitos, pero que realmente siguen el legado de sus predecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ambos papas apoyaban el avance de las relaciones diplomáticas con China y hacían lo que fuera para que llegaran a buen puerto. Fue con Juan Pablo II, no Francisco, que el cardenal secretario de Estado anunció que el Vaticano cerraría su embajada en Taiwán, “no mañana, sino hoy”, si la invitación de Pekín llegara. El cálculo diplomático y geopolítico del Vaticano es que, para funcionar como una voz de conciencia a nivel global, debe incluir a China, porque es una superpotencia en crecimiento con influencia mundial. Es más, entiende que la brecha que hay entre la Iglesia “oficial” y la “clandestina” es perjudicial para la salud de la Iglesia y quiere cerrar esa herida. Para conseguir esos dos objetivos –involucrar a China y unir a los católicos de ese país– el Vaticano sabe que cualquier acuerdo es mejor que ningún acuerdo.
  3. No está del todo claro que el anuncio signifique que los vínculos diplomáticos formales entre Pekín y Roma estén a la vuelta de la esquina o que un nuevo día está a punto de empezar en términos de libertad religiosa para los 13 millones de católicos en China. A corto plazo, realmente, las cosas se podrían poner peor antes que mejorar, dada la notable política de “un paso adelante, un paso atrás” del gobierno chino en varios frentes. Es más, si las tensiones sobre política religiosa dentro del partido se intensifican como resultado de este acuerdo, los defensores de la línea dura pueden buscar oportunidades para reafirmar el control a base de endurecer las restricciones en la calle.

En otras palabras, el único comentario que parece incuestionablemente objetivo vino del portavoz vaticano Greg Burke, quien dijo que el acuerdo “no es el final de un proceso, sino el principio”.