Tras décadas de izquierda vs. derecha, ¿será ahora obispos vs. el resto del mundo?


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Las grandes crisis generalmente afectan a las instituciones de muchas maneras, algunas son visibles inmediatamente y, otras, requieren más tiempo para gestionarse. En medio del terremoto de los abusos que actualmente estremece al catolicismo, merece la pena preguntar si uno de estos resultados a largo plazo ya se está desplegando ante nosotros. Esto es, ¿somos testigos de una redefinición de la división izquierda/derecha en la Iglesia porque la principal queja popular ya no es la doctrina –uno de los deberes tradicionales de un obispo–, sino el gobierno?

Recientemente, en una charla con un dirigente de la Iglesia que reflexionaba, sobre las últimas críticas de los obispos, que a su parecer parecen reminiscencias de un congregacionalismo, de la idea de que son los laicos, no la casta clerical, quienes ejercen el poder real en los asuntos de Iglesia: “Básicamente, quieren que seamos sacerdotes griegos ortodoxos y que mantengamos el inciensario lleno. Si no, que nos apartemos”.

Y, mirando alrededor, uno entiende la reacción. Hay una cohorte de laicidad católica hoy, a menudo rica e influyente, que se va envalentonando y choca con los obispos en lo que al gobierno se refiere. La reciente bronca en la Fundación papal sobre los fondos de un hospital romano es un buen ejemplo de ello. Parece casi absurdo decir que la división izquierda/derecha va disminuyendo, dada la facilidad con la que la era Francisco parece haber elevado esas tensiones a la superficie dándoles un buen acelerón. Desde la pena de muerte y la inmigración, a la comunión para los divorciados vueltos a casar, parece que los conservadores y los progresistas van a luchar a brazo partido…

Celibato vs. homosexualidad

Incluso con el asunto de los abusos, los liberales y los conservadores ofrecen a menudo diferentes diagnósticos del problema. Para la izquierda, es el celibato obligatorio y la exclusión de la mujer de la jerarquía; para la derecha, la culpa la tiene la excesiva tolerancia hacia la homosexualidad en el sacerdocio. Así que no, el choque ideológico que ha definido el debate católico desde el Vaticano II no va a desaparecer. La cuestión es si esos temas marcarán la agenda.

Según la tradición, la Iglesia mantiene que los obispos poseen tres ‘obligaciones’ o ‘responsabilidades’. Un obispo debe ser un sacerdote, un profeta y rey en la imitación a Cristo, lo que significa que debe santificar, enseñar y gobernar. En la era post Concilio Vaticano II, el punto controvertido siempre fue ‘la enseñanza’. Pocos pensadores católicos cuestionaban el derecho de todo obispo a hacer nombramientos, o supervisar presupuestos, pero sí combatían con ahínco elementos de su doctrina, desde el control de natalidad o el sacerdocio femenino en la izquierda, a la distensión interreligiosa o los límites de una ‘guerra justa’ en la derecha.

En general, la derecha ha sido más empática con los obispos, pero está por ver si es porque aceptaban su autoridad doctrinal por principio o porque simplemente les gustaba lo que oían. En el escándalo de los abusos, sin embargo, el foco ha cambiado. Hoy, las preguntas que importan son si debería ser facultad exclusiva del obispo mantener o retirar a un sacerdote, si se puede confiar en que hará un ejercicio fiable de supervisión fiscal, por qué los obispos deciden si los archivos pueden o no hacerse públicos, cuándo y por qué, y, en general, si la costumbre eclesial de que sean ellos los últimos en tomar las decisiones le ha hecho bien a la Iglesia.

Chile y los abusos

No hay respuestas definitivas desde la izquierda o la derecha para estas preguntas. Además, la reducción de la división entre los liberales y los conservadores se ha visto acelerada por la asunción de que estar a un lado o a otro no tiene relación con la propensión al abuso. Este punto ha saltado a la palestra cuando en Chile, dos sacerdotes de renombre –uno un héroe de los días anti-Pinochet, otro un ministro de la élite rica y conservadora– han sido secularizados tras demostrarse los abusos.

Y todo esto no son buenas noticias para los obispos, ya que ahora es difícil saber quiénes, exactamente, son sus aliados naturales. Es justo reconocer que la mayoría de los obispos hace mucho que hicieron una sana distinción entre ‘gobierno’ y ‘gestión’. Sí, es su responsabilidad última supervisar, pero han trasladado la gestión a otros, habitualmente laicos –y, muchos de ellos, sorprendentemente, mujeres–. (Piensen en el aumento de mujeres canciller en las diócesis de América, por ejemplo).

Los obispos con diócesis bien administradas casi siempre dirán que hacen bastante poco en la administración, pues han aprendido a delegar en gente competente para los puestos adecuados y dejarles hacer. Lo que parece estar en juego hoy en día, sin embargo, no es la gestión, sino el gobierno. ¿Deben ser los obispos la autoridad máxima en una diócesis, o el sistema necesita una “deconstrucción” para que el balance final prevenga los trágicos, incluso criminales, fracasos que han salido a la luz con los escándalos? Para la mayoría de los obispos, el gobierno es una línea roja, y lo defienden. Y como se suele decir, ahora verán quiénes son sus amigos de verdad.