¿Tenemos necesidad de la salvación?


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Pocas noticias han causado tanto revuelo últimamente como la próxima desaparición de la parrilla televisiva del programa ‘Sálvame’. Hasta los obispos han hablado de ello, en este caso alegrándose: “Hemos vivido un tiempo de lo que se ha llamado telebasura, que parece llegar a su fin. Ha sido exponente máximo de una comunicación orientada a los ‘ratings’ de audiencia convertible en beneficio económico, que pasa por encima de la verdad, de la dignidad de las personas, de la sabiduría humana. La comunicación se degradó en ella del par servicio/bien común al par audiencia/beneficio”.



La sintonía de ‘Sálvame’ era una canción interpretada inicialmente por Bibiana Fernández cuya letra dice, entre otras cosas: “¡Oye! Sálvame, ven nadando a mí; sálvame, soy un náufrago. Cógeme, llévame, por favor, sálvame; por favor, sálvame, que yo te pagaré. ¡Oye! Sálvame, ven nadando a mí; sálvame, soy un náufrago”.

Independientemente de la valoración que a cada cual le merezca el programa televisivo, a mí me recordaba –especialmente por la sintonía– la necesidad, más o menos consciente, que tenemos los seres humanos de la salvación. De hecho, la letra del tema recuerda el pasaje del evangelio en el que Jesús aparece caminando sobre las aguas. Ante el grito de los discípulos creyendo que ver un fantasma, “Pedro le contestó: ‘Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua’. Él le dijo: ‘Ven’. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: ‘Señor, sálvame’” (Mt 14,28-30).

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Es la misma necesidad de salvación, aunque dicha con otras imágenes, que expresa el orante en el Salmo 22: “Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. Ellos me miran triunfantes, se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. Líbrame a mí de la espada, y a mi única vida de la garra del mastín; sálvame de las fauces del león; a este pobre, de los cuernos del búfalo” (Sal 22,17-22).

Huelga decir que este es el salmo cuyo comienzo ponen los evangelistas Mateo y Marcos en labios de Jesús cuando es crucificado: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (v. 2). Podríamos pensar, por tanto, que incluso Jesús –solidarizándose con todos los seres humanos– pone de relieve la necesidad que todos tenemos de la salvación de Dios.