José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Semana Santa: por darle fuerza a los más pequeños


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No es precisamente un paseo por la pasión, muerte y resurrección . Es un via crucis donde se escuchan palabras como estas ya impresas como impronta del camino.Tengo tres meses (de embarazo) y me he sentido cansada porque casi no hemos comido, me siento como a veces me voy a desmayar, pero voy con fuerza. Más bien por… por darle fuerzas a ellos”, dice antes de romper en llanto.



A una mujer fuerte, emigrante hondureña (como muchas; como todas) la desesperación le llevó a encaminarse a la frontera. Incorporaba así su ritmo y su vida  al de miles de personas centroamericanas en su camino hacia Estados Unidos. Un bebé en el vientre de su madre para cruzar la frontera. No es mala compañía. Otros ya, creciditos, entran solos. Y por de pronto, desbordada por ahora la administración norteamericana, quedan en habitáculos cerrados , en el suelo, entre plásticos, sin acceso adecuado a jabón o alimentos…

Domingo de ramos

La semana santa tiene un dia especial con los niños: el domingo de ramos. Procesión de la borriquilla.  Jesus, a lomos de un pollino, con los niños por todos los lados, recoge el abrazo popular que le reconforta. De adultos, y niños. Es el “pueblo que viene festivo, para enramar su paso y su entrega pues no le ha visto en su historia, Rey de Israel, más cercano, ni su poder más a mano, ni más humilde su gloria” (Blanco Vega).

Un domingo permanente para vivirlo con los ojos asombrados de los niños. El “asombro necesario que permanece abierto al otro, a su novedad” del que hablaba en el Domingo de ramos el papa Francisco. Y no solo acompañamiento por la admiración sino conversión ante aquel que marcha como “oveja llevada al matadero”.

Jueves Santo

Jesus acaricia los pies de sus discípulos. Suaviza su tensión. Les reanima. Les hace comprender que su entrega es suavidad para su desazón y compromiso para el servicio hasta el final. Agachados.

Nuestras manos ahora están para acariciar (al menos). Como lo hicieron aquellos voluntarios de Cruz Roja con una pequeña emigrante de dos años. Con profesionalidad y cariño consiguieron reanimarla por pocos días en el muelle canario de Arguineguín. Aquellos voluntarios se dieron a sí mismos el permiso para ser con sus manos, su casa, su refugio, su mundo protector a cada latido que intentaban recuperar. Con cada caricia. Aunque fuera por poco el tiempo. Caricias que la niña se llevó a la eternidad 

 Se lamaba Nabody –nombre luego desmentido–; pero “nuestra” niña sin identidad no pudo superar la parada cardiaca y murió  pocos días después. Mientras el primer mundo ante estos casos sigue marcado por la identidad que le define: “Vergüenza que no sabe acariciar”.

Viernes Santo

Nuestra Señora de la Piedad. Rostro melancólico, donde una vez pululó la alegría recordando de niño a su Hijo. Y ojos entreabiertos y cansados, viendo a Cristo ya maduro. Trigo escondido que su madre trágicamente confiada espera granado pleno. En sus brazos y caricias. Como si le cantara una nana

Como aquellas palabras emocionadas de una persona voluntaria en un rescate en el Mediterráneo al recoger el cadáver de un niño en 2016. Avistó su cuerpo en el agua “como un muñeco, con los brazos extendidos”.

“Lo cogí del antebrazo y lo apreté contra mí como si estuviera vivo… Extendió los brazos hacia delante con sus pequeños dedos en el aire, y el sol le dio de lleno en sus ojos, brillantes y amables pero vacíos. Empecé a canturrear para consolarme y para dar salida a mi incomprensión, al desgarro emocional que sentía. Sólo seis horas antes, ese niño estaba vivo”.

Vigilia pascual

Y mientras tanto la espera.  La de la  liberación. La de la  devolución de la dignidad y la justicia plena. Plenificada.

Como la del pueblo birmano ante los muchos muertos por disparos del ejército y la policía en sus luchas por alcanzar la democracia. También había niños muertos por disparos. En esa y en esta tierra.

Esta “Tierra que es muy anciana” como escribe Gloria Fuertes. “Tan anciana que sufre ataques al corazón/ en sus entrañas. Sus volcanes/ laten demasiado por exceso de odio y de lava/ la Tierra no está para muchos trotes/ está cansada. Cuando entierran en ella/ niños con metralla/ le dan arcadas”.

Estamos en una tierra tan vieja… ¡Tan vieja que necesita de nuevo la caricia y el asombro de lo nuevo! Como entra la novedad a raudales en los ojos abiertos de los niños. Necesitamos resucitar. Sobre todo, por darle fuerzas a los más pequeños. Y no solo pequeños por la edad.  Sino por cualquier causa empobrecedora “Hijitos mios”, que diría Jesús