A la luz de la Pascua… y de la partida del papa Francisco.
¡Ahora sí! La Pascua ha llegado. Pero no como la esperábamos. No como una explosión de certezas ni como una solución mágica a todo lo que nos pesa. La Pascua ha llegado como lo hace Dios casi siempre: sin ruido, sin imponerse. Se parece más a una grieta por donde entra la luz que a una trompeta resonando en el cielo.
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Y en medio de ese silencio, la Iglesia entera ha recibido una noticia que nos sacude: ha fallecido el papa Francisco. Un pastor que no buscó protagonismo, sino cercanía. Un hombre que quiso llevar a Cristo a la calle, a la herida, al abrazo, al Evangelio hecho carne. Se ha ido justo cuando comienza la Pascua. Y esa coincidencia o ‘diosidencia’, no es menor.
Francisco creyó y vivió una fe resucitada. No ingenua, no triunfalista, sino concreta. Humana. Encarnada. Hablaba de ternura y de misericordia como quien ha llorado con los que sufren. Nos invitó a tocar las llagas del mundo, a caminar juntos, a no tener miedo de la periferia. Y ahora, en este tiempo pascual, su testimonio resuena como un eco firme: sí, se puede resucitar en lo cotidiano.
Resucitar es volver a amar cuando parecía imposible. Es reconciliarse después de años de heridas. Es mirar la vida con otros ojos. No con la ingenuidad del que niega la cruz, sino con la fe del que sabe que la cruz no es el final. Francisco vivió así. Hasta el último momento: con el Evangelio en la mano y el corazón abierto a todos. La Pascua no quita las heridas. Les da sentido. Y eso lo cambia todo.
A veces pensamos que la Resurrección es solo un dogma, una afirmación teológica que se proclama en voz alta el Domingo de Pascua o lo que es peor, solo un mito o un recuerdo vago. ¡Es mucho más que eso! Es una experiencia que se va gestando en silencio. En el paso del tiempo. En las pequeñas fidelidades. En la ternura que resiste. En el perdón que no se cansa. En las personas que, aún cansadas, siguen levantándose cada mañana y siguen eligiendo amar.
“Cristo ha resucitado, y con Él resucitamos todos. No dejemos que la oscuridad y el miedo nos detengan. El Señor va delante de nosotros y nos llama a caminar con esperanza”. (Papa Francisco, Regina Caeli, Pascua 2021). La Pascua auténtica no ocurre en ideas abstractas, sino en personas, como el Santo Padre, que se dejan transformar en lo más cotidiano.
Los relatos pascuales no muestran grandes milagros. Muestran reencuentros. Caminos. Pan compartido. Voces que llaman por el nombre. Silencios que consuelan. Es en esos gestos donde se juega la Pascua. Porque Jesús no necesita convencer. Solo estar. No exige fe perfecta. Solo corazones que se dejen tocar.
He visto la resurrección muchas veces. En gestos pequeños. En reconciliaciones discretas. En lágrimas que sanan. En personas que, como Francisco, no necesitan aplausos para hacer el bien. La Pascua ocurre ahí: donde uno decide seguir amando aunque ya no tenga fuerzas. Donde alguien elige la ternura en vez del juicio. Donde se elige el perdón sin condiciones.
También nosotros necesitamos resucitar con el lento renacer de la confianza. Después del dolor, del fracaso, del abandono… hay algo que se vuelve a levantar dentro. No se trata de borrar el pasado, sino de dejar que lo transforme la luz. Esa luz que nunca se apaga.
Hoy la Iglesia está de luto, sí. Pero es un luto con raíz pascual. No estamos frente a una pérdida solamente. Estamos ante una siembra. Francisco fue semilla de compasión, de valentía evangélica, de Iglesia en salida. Y ahora nos toca a nosotros, a ti, a mí, a todos, continuar ese camino.
Resucitar en lo cotidiano es vivir como él nos enseñó: con los pies en la tierra y el corazón en el Evangelio. Es creer que cada gesto de bondad vale la pena. Que el bien no se pierde. Que la ternura es más fuerte que la muerte.
Y aunque su voz ya no se escuche en las audiencias de los miércoles, su eco queda. Como queda la luz del Resucitado, que no desaparece cuando la mirada se apaga, sino que brilla aún más desde el interior. Porque así es la Pascua: discreta, real, profunda.
Y así es Dios: capaz de tomar el dolor y convertirlo en consuelo. Capaz de tomar la muerte… y hacerla umbral de vida nueva.
Lo que vi esta semana:
Al cardenal Camarlengo anunciar la triste noticia del fallecimiento del papa Francisco.
La palabra que me sostiene:
¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! (Secuencia de Pascua)
En voz baja:
Papa Francisco… Descanse en paz.