Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

Responsabilidad y culpa


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Usemos estas palabras, que nos brinda nuestra lengua, para analizar este tiempo extraño, en el que preocupa lo que hay y lo que vendrá. Culpa (incluso en plural) y Responsabilidad (mejor en singular, porque si no serán tareas).



La responsabilidad es, desde su misma etimología, ligazón con la vida, la obligación de engancharse a ella y no fantasear demasiado. Imagino la responsabilidad como conexión entre Vid y sarmientos. La responsabilidad es el peso grave de una existencia que, en primera persona siempre, es incapaz de cercarse y encerrarse. Llamada a reconocerse en otro, especialmente al ser mirado y no tanto al mirar, desprovistos de la oportunidad de control, dominio o poder.

Se adquiere responsabilidad por el mero hecho de estar (vivo) en este mundo, sea con el entorno, con las realidades que usamos, con las personas con quienes vivimos, con las preguntas radicales que es necesario soportar. Incluso con nosotros mismos más allá de nosotros mismos y con todo lo demás que se refiere y nos afecta. La persona, según avanza, se concentra y limita, se empequeñece en cierto modo. Y todo se va haciendo más limitado, pese a la amplitud con la que comenzó.

En esta situación, la inmensa mayoría de las veces se habla de los otros. Pero es no es responsabilidad, es culpa. Al modo como el Génesis comienza la historia de la humanidad. Si recordáis el texto, que es mucho más interesante de lo que se hace ver, allí se intenta sacudir la responsabilidad y convertirla en culpa. “No fui yo, fue…” y carga con la culpa Eva y luego la Serpiente. La tentación de desligarse de la Vida es esta, situarse al margen, preferir la orilla, desear esconderse.

El arrepentimiento

Frente a la culpa, el arrepentimiento. Indicador esencial de nuestra libertad e historia. Somos tan libres, como históricos. Y también futuro y misión. El arrepentimiento que no dobla ninguna curva, pero al menos carga responsablemente con la libertad y se da cuenta de ella. A los niños les queremos enseñar que lo que hacen tiene consecuencias. ¿A los adultos, a caso, no hay que inyectarles algún tipo de recuerdo?

La pandemia nos ha devuelto una pregunta incómoda. El personaje que imaginó y plasmó Calderón en su obra más afamada comenzó en aislamiento. Allí sus discursos más famosos. Sobre la vida, si es sueño. Sobre si merece la pena haber nacido. Sobre si esto tiene sentido y dirección. Sobre si vamos hacia algo, o espera nada y todo es empeño y sacrificio sin más. La pregunta incomoda, porque hace pensar. La pandemia duele solo cuando el dolor no es simplemente cercano, cuando duele sin haber tocado a las personas más próximas. Algunos, todavía muchos, viven esta globalización ajenos a todos los demás que sean los suyos y lo suyo.

En algo deberíamos pensar, aunque sea, exigente. La responsabilidad con la Vida inesperadamente, ese abrazo que la vida nos da antes de que seamos capaces de responder, nos concentra en nosotros mismos y nos supera y reclama permanentemente. Quien Vive, permanece.

Tracey Rowland y Jean-Luc Marion han recibido el premio Ratzinger 2020. Termino el artículo con dos párrafos de sus obras, que espero que ayuden e inviten a su estudio, meditación y diálogo con otros (a la Teología le falta diálogo con otros, se nos ha inyectado el individualismo que más nos empobrece).

Conocí a Tracey Rowland, por un regalo episcopal: ‘La fe de Ratzinger’ (Editorial Nuevo Inicio), p. 165

Dentro de ese marco balthasariano, el individuo no elige realmente su misión espiritual. La recibe como un don de Dios y la discierne y responde a ella mediante la oración. El individuo tiene la libertad de rechazar el don, pero la verdadera individualidad y la afirmación de la unicidad personal propia proceden de un correcto discernimiento de la vocación que Dios ha elegido ofrecer. Aceptando la vocación o misión elegida por Dios el individuo se encuentra a sí mismo y está en paz con su identidad:

“Dios tiene para cada cristiano una Idea que prepara su lugar como miembro de la Iglesia: esta Idea es única y personal y encarna para cada uno la santidad que le es propia… La aspiración suprema del cristiano es transformar su vida en esa Idea de sí misma oculta en Dios, en esa “ley individual” libremente promulgada para él por pura gracia de Dios” (Balthasar, ‘Teresa de Lisieux’)

A Jean-Luc Marion llegué muy joven, pero no lo he dejado, desde el magisterio de Miguel García-Baró y su colección Hermeneia (Ed. Sígueme). Algo esencial se revela en este libro, titulado ‘El ídolo y la distancia’, que a nadie dejará indiferente. Cito un párrafo complejo y cargado de citas, de un estudio sobre Hölderlin, el parágrafo sobre ‘El peso de la felicidad’:

“¿Hay sobre la tierra una medida? No hay ninguna”. (372, 23) Ninguna medida: en primer lugar y fundamentalmente porque el retiro no permanece por sí mismo. Solamente “dura” y “permanece” (372, 16; 373, 2) aquella pureza cuya resistencia, como la de Juan, “ha permanecido pura” (Patmos III, 180, 73; PC II, 141); solo por la pureza “persiste una común medida” (Pan y vino, § 3,91, 44; Las grandes elegías, p. 107), porque ella la cuida, la inviste poéticamente en su retiro. El “enigma, lo que nace de un brotar puro” (El Rin, 143, 46; PC II, 113); es lo que corresponde estrictamente al destino enigmático del hombre, que consiste en habitar solamente en calidad de poeta. Permanecer poeta –persistir en la poética para permanecer– constituye la tarea por excelencia del hombre, y también el misterio en virtud del cual hay “poetas en tiempo de miseria” (Pan y vino, § 7, 94, 122; Las grandes elegías, p. 111).

Hay una responsabilidad primera que viene de la Vida misma. Ojalá la escucháramos, porque es Dios mismo. Tarea que, efectivamente, es tan provocativa como la poesía, entendiendo su parte de sacrificio de lo inmediato, colocándonos allí donde pertenecemos, dejándonos mirar por las palabras. La culpa, en su bajura, niega la grandeza a la que hemos sido llamados.