Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

Redes Sociales e Iglesia en comunión


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Desde hace tiempo, como usuario y como persona que piensa, las redes sociales me parecen una enorme fuente de oportunidades diversas. Como cualquier “cosa”, es dependiente del uso que se le dé, de la acción que se ejerza sobre ella. Con una salvedad, que entrar a formar parte de su “uso” supone, al mismo tiempo, permitir que otros también te puedan tratar como cosa.



Más que cosa, se trata de un espacio, nuevo continente. La clave principal es la interacción, el trato y contacto, el encuentro. Vínculos débiles que se pueden convertir en fuertes, que tienen esa oportunidad de reconocimiento y respeto mutuo, de creación conjunta y libertad. En términos eclesiales, a esto lo llamamos comunión: la tensión que expresa la unidad en la diferencia, la no identificación ensimismante que se reconoce parte de la misma historia, conjuntamente en el mundo sin ser del mundo. ¿Cuál es la relación que une a los cristianos entre sí, también en las redes sociales? ¿El Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús? ¿Cuál es la relación que los puede destruir y separar para siempre, disgregar y ensoledecer mortalmente? ¿El mundo y sus formas?

Las redes sociales fueron, al principio, motivo de “encuentro entusiasta”, explosivo. En un primer momento, se produjeron encuentros de todo tipo, grandes conexiones y vínculos; todavía hoy reconocibles y trazables en la red, que tiene su propia memoria que salvaguarda todo movimiento. Este primer impulso dio lugar a una renovación sobre la comunión eclesial, al hilo de otros movimientos sociales. Vínculos no institucionales ni por cargos, sino en plena horizontalidad. Fue el tiempo en el que la Iglesia se preocupaba por “los lenguajes”.

Estamos en la segunda generación, una década después de todo aquello. No se trata de comenzar, sino de consolidar y fortalecer. A los nuevos, les cuesta entrar en diálogo con los ya posicionados, los que podrían dar los primeros pasos, se encuentran sin compañeros de camino. Se tejen relaciones, que han dado fruto. Pero conviene mirar a quien viene detrás para fortalecerlos. O se quedará en el primer impulso y en la marginalidad de quienes alcanzaron relevancia.

Ahora cierra más puertas de las que abre

La red se sitúa en un nuevo escenario que cierra más puertas de las que abre, donde el acceso a ciertos círculos ya no es estrictamente digital. Además, se han planificado estrategias y se regulan los intercambios. La polarización, que era el peligro del inicio se ha extendido enormemente y ahora es enclaustramiento.

La afinidad o militancia cobra fuerza. Se hacen más visibles las comunidades más identitarias, tanto en lo religioso como en lo político. Aunque no sea algo, para muchos, comparable, la evidencia demuestra más bien lo contrario y su, aún hoy, perjudicial vinculación. Sobre todo para el cristianismo. A pesar del extendido discurso sobre la indiferencia religiosa, el discurso de los nuevos grupos políticos se ha asentado en parte en relación con la religión: apelando a lo institucional y la tradición, apelando a la disrupción y la libertad. No cuesta reconocer su interés utilitarista.

La comunidad, pese a todo, no ha salido vigorosa. La militancia política sí, las verdades teológicas se han escorado y han perdido fuerza, considerándose opiniones. Da igual el tema. Algo que no se ha comprendido bien, es que las redes sociales son un espacio público en el que intervienen muchos agentes.

pantalla con logos de redes sociales

Se habla de Iglesia en misión tanto, que cada cual termina saliendo hacia lo suyo y contento y feliz. Lo suyo, que es lo mismo que sí mismo, que su identidad. No el otro, sino más de lo mismo, nada más que sí mismo, haciendo cosas según su sensibilidad, confundiéndola con carisma, entrega, servicio y apertura. Pero no hay más Iglesia en misión que la que se abre radicalmente a la comunión, porque son la misma. Lo aprendí de dos grandes, que andan por ahí en el mundo. Sin comunión, no hay misión, sino “capillitas” en las que estar cómodos y complacerse (analógicas o digitales).

Ya se ha pasado el tiempo de Pascua, cuando leemos el libro de ‘Hechos’, que deberíamos traducir por ‘Acciones’ (‘praxis’, en singular). Este libro termina así, después de citar a Isaías: “Por tanto, que os quede claro que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles; y ellos escucharán”. Y narra la acción final del apóstol, no su martirio: “Residió dos años completos en su casa alquilada, y recibía a todos los que iban a él, predicando el reino de Dios y enseñando con toda libertad, sin obstáculos, lo que se refiere al Señor Jesucristo”.

¿De quién es el obstáculo? ¿Cómo se enseña el Evangelio, sino con libertad y sin obstáculos? ¿En las redes sociales? Preguntad a los qué más saben, para que os cuenten de dónde vienen los ataques más brutales. ¡Os sorprenderá! ¡Siempre de dentro! ¡Los más cercanos han sido los mayores obstáculos!

Si tuviera que escribir una antropología digital cristiana, la titularía: “La viga en el propio ojo”. Un enorme asunto, sobre nuestro conocimiento y situación en el mundo, que no se soluciona fácilmente desde la perspectiva o el posicionamiento. En el fondo, sabemos de los demás y de su situación independientemente de la nuestra. Bentrano inició un camino fuerte y contundente sobre esto, que luego ha ido dando frutos cristianos, también lecturas muy individualistas. En 2018, Ediciones Encuentro, tuvo a bien publicar un libro duro sobre el inicio del camino intelectual contra los propios prejuicios: “¡Abajo los prejuicios!”. Habrá que leer después a Husserl, a Levinás y a nuestros contemporáneos que cultivan y pulen su pensamiento.