Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

¿Qué quisieras no olvidar de la pandemia?


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Es probable que ya nos hayamos dado cuenta de lo rápido que olvidamos. No solo cosas pequeñas del día a día, sino incluso grandes vivencias e intuiciones. Es probable que, en más de una ocasión, nos hayamos prometido a nosotros mismos “no olvidar” tal o cual cosa, fundamental, y, sin embargo, va perdiendo vigor y fuerza con el tiempo. Me atrevo a decir que, sobre todo, cuando no nos comprometemos con ello y queremos, sin más, dejarlo en recuerdo, sin hacerlo presente.



He tenido, supongo que igual que todos, bellísimos diálogos durante la pandemia, con el corazón abierto. He vivido en más de una ocasión que las personas hablaban, por fin, de su vida y se daba un cierto vuelco a las preocupaciones cotidianas. He visto cómo se han puesto sobre la mesa verdades humanas de gran calado y una parte enorme de la humanidad, a la fuerza, se volvía a cuestiones esenciales, sin poder salir de ellas fácilmente. Golpeados todos, como estábamos, ha sido más sencillo que nunca hablar de la vida y la “escala de valores” que, sin percibirlo de primeras, nos va moviendo día a día, cuando no robando precisamente hora a hora.

El olvido y la práctica

Es importante introducir en el diálogo sobre la pospandemia un par de elementos. El primero, que no es que no sepamos de qué va la vida y qué queremos. El segundo, fundamental, que la cobardía y el miedo son más fuertes de lo que confesamos, y vamos de aquí para allá como se ordene, sin tomarnos siquiera en serio a nosotros mismos, o sea, sin poder tampoco pedírselo a alguien con coraje y “mendigando las posibles sobras”. El tercero, que nos miramos unos a otros sabiendo lo anterior, porque estuvimos juntos donde estuvimos, aunque ahora queramos que no se hable de ello.

El olvido sucede como sucede en gran medida por el desinterés por el interés despertado, por no ver cómo hacer para recuperarlo, por no dar ciertamente algunos primeros pasos. El olvido tiene más de práctico que de teórico. Y se deja caer en el olvido aquello que nos comprometería demasiado, aunque nos vaya en ello vida y felicidad. El olvido no se da a nuestras espaldas, sino mirándonos a la cara fijamente, como en una especie de abandono se va perdiendo en el horizonte por no estar decididos a salvarnos. Al menos eso, digo yo. Porque ahora, a diferencia de lo que se decía antes, sabemos que necesitamos salvación. Y no cabe olvidarlo. La revelación de esta situación vino acompañada también de nuevas puertas, nuevas formas, de salidas.

Quien quiera no olvidar, tendrá que dar el salto que se haga inolvidable. Y hacerlo despierto.