José Francisco Gómez Hinojosa, vicario general de la Arquidiócesis de Monterrey (México)
Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

“Que el Señor nos bendiga con la paz”…


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“Que el Señor nos bendiga con la paz”… es el reciente mensaje de los obispos mexicanos “para alentar el compromiso por la construcción de la paz en México”. Los jerarcas quieren dar una palabra de consuelo a quienes sufren la violencia, de aliento para los que luchan por la edificación de la concordia y un llamado a quienes causan dolor y muerte: los invitan a la conversión y al arrepentimiento.



No es la primera ocasión, en un país que cuenta ya con numerosas muertes por la guerra entre cárteles de la droga, que hacen este exhorto a la armonía. Son ya varios los textos al respecto, destacando el del año 2010: “Que en Cristo nuestra paz México tenga vida”.

El escrito consta de cuatro partes: “Purificar nuestra mirada”, “Artesanos de la paz”, “Arquitectura de la paz” y “Diálogo sinodal y social”.

En el primer segmento se nos invita a cambiar la mirada maliciosa por una inocente -no ingenua, por favor-, que no ignora la maldad ni la mentira, pero apela a la buena voluntad de las personas, siempre presente, aunque en ocasiones escondida. Esta mirada supone la autocrítica, la revisión sincera de nuestras intenciones, la valentía para no quedarnos callados ante las injusticias. En medio del clima polarizado que vivimos en México, y en otras latitudes, esta forma de mirar al mundo y a las demás personas es particularmente importante.

hombre cielo

Ser artesanos de la paz es nuestra tarea, y se amplifica en el segundo apartado. Y es que ella -nos dicen los obispos- es un compromiso compartido, se basa en un diálogo leal y en la justicia, no se compra ni se vende, no existen industrias que la fabriquen, se construye artesanalmente. Y en el #22 se hace un breve recuento de las acciones pacíficas promovidas por la Iglesia: centros de escucha para víctimas de la violencia, talleres y cursos en comunidades parroquiales, proyectos de acompañamiento a reclusos, reconstrucción del tejido social y eclesial, etc.

En la tercera parte se delinea la arquitectura de la paz. Y nos dicen los obispos que ella es capaz de imaginar, visualizar, diseñar, armonizar, poner en diálogo las exigencias con las posibilidades, los recursos, las opiniones diversas, las perspectivas y las técnicas que la pueden hacer posible. Y en seguida hacen un llamado a diferentes protagonistas involucrados en la construcción de la paz: la sociedad y los gobiernos, las personas y comunidades que han sido afectadas, los actores políticos, las organizaciones que trabajan contra la violencia, los comunicadores, universidades, y a quienes se dedican al crimen organizado.

El cuarto capítulo, diálogo sinodal y social, recoge las actuales preocupaciones del papa Francisco. El primero se define no como un debate, en el que alguien termina imponiéndose, sino como un ejercicio para, con respeto, compartir lo que el Espíritu nos sugiere para el discernimiento comunitario. El segundo es presentado como una mediación para la armazón de la paz, en cuanto enemigo de las polarizaciones, los conflictos, las calumnias y las noticias falsas. Construye consensos que se fundamentan en la verdad y, para ser fecundo, debe basarse en la tolerancia.

Concluyen los obispos comprometiéndose a ser promotores de paz, y nos invitan a colaborar juntos en esta empresa. Bienvenido el mensaje. Ojalá no se quede sólo en un texto bienintencionado.

Pro-vocación

“¿Pero qué necesidad?” -diría Juan Gabriel- de escalar un problema con toda la España. Si algunas de sus empresas cometieron ilícitos en México habrá que castigarlas, junto con sus cómplices de un lado y otro del Atlántico. Pero de ahí a poner en entredicho la buena relación de ambas naciones, hay una gran distancia. Es muy difícil no sospechar que estamos ante una nueva distracción del presidente mexicano, agobiado por problemas político-familiares.