Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

Protestas, ética y clase política


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La pandemia del Covid-19 de ninguna manera ha limitado la libertad de expresión y el derecho a manifestarse en muchas latitudes. Desde Bielorrusia por la reelección de un líder que se aferra el poder desde 1994, pasando por Edimburgo inconforme con las medidas de respuesta y las restricciones impuestas por los gobiernos, hasta llegar a Chile donde nuevamente la gente se pronuncia a favor de la consulta.



¿Tienen todas estas protestas algo en común?

La gran mayoría de ellas han encontrado detonantes en un momento de mayor uso de los medios digitales por el confinamiento. Estas protestas están hechas de ciudadanas y ciudadanos que han perdido el miedo a manifestarse y a contagiarse porque ven amenazadas las libertades civiles: movilizarse, acceder, participar, fueron acciones limitadas por meses. A estas protestas, subyace también la falta de confianza en las instituciones públicas, más aún en los políticos que han tenido que responder a la pandemia. La gran mayoría de gabinetes en turno han estado lejos de generar credibilidad con respecto a las cifras del Covid-19, siendo gravemente cuestionados por manipular las estadísticas.

Las autoridades han sido acusadas por su ciudadanía de estar lejos de un manejo transparente, veraz y fluido de su toma de decisiones. Compras hechas de la noche a la mañana justificadas por la emergencia, sin procesos previstos, reasignaciones y recortes sin criterio en el presupuesto, limitada rendición de cuentas. Estos han sido solamente algunos de los factores que han terminado por lastimar la confianza que en muchos rincones le quedaba a la democracia. El ciudadano de a pie, ha tenido que arreglárselas por su cuenta, habrá de encontrar su propia red de apoyo, mientras la clase política se decide cómo capitalizar mejor la ayuda en las próximas elecciones o cómo se va a distribuir la vacuna.

No sabemos qué le pase a la democracia, ni tampoco a la clase política en la era Post Covid-19, pero lo que estos meses nos han dejado ver es que las instituciones representativas han perdido su capacidad de intermediación y representación política. Quienes nos representan gracias a su insignia de autoridad pública, no solamente han perdido popularidad, sino nuestra confianza por su incapacidad de acompañarnos con cercanía.

Como Iglesia, Pueblo de Dios, tenemos ahora una enorme posibilidad de ofrecer pautas en el actual momento, justo cuando la carrera por la vacuna hace resurgir todos los debates y discusiones. La Pontificia Academia para la Vida nos dice que “debemos llegar, en primer lugar, a una renovada apreciación de la realidad existencial del riesgo: todos nosotros podemos sucumbir a las heridas de la enfermedad, a la matanza de las guerras, a las abrumadoras amenazas de los desastres. A la luz de esto, surgen responsabilidades éticas y políticas muy específicas respecto a la vulnerabilidad de los individuos que corren un mayor riesgo en su salud, su vida, su dignidad… En ausencia de una vacuna, no podemos contar con la capacidad de derrotar permanentemente al virus que causó la pandemia, salvo por agotamiento espontáneo de la fuerza patológica de la enfermedad. Por lo tanto, la inmunidad contra el Covid-19 sigue siendo una especie de esperanza para el futuro. Esto también significa reconocer que vivir en una comunidad en riesgo exige una ética a la par de la perspectiva de que tal situación pueda realmente convertirse en realidad”. [1]

 

[1] Humana communitas en la era de la pandemia: consideraciones intempestivas sobre el renacimiento de la vida, 22 de julio, 2020.