¿Por qué los varones tenemos que oler “como un tío, tío”?


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La publicidad puede llegar a ser una interesante fuente de meditación y enseñanza. En nuestras pantallas hemos podido asistir, entre atónitos y divertidos, al anuncio de un producto de higiene masculina –un desodorante– protagonizado por Isaiah Mustafa, un actor norteamericano y antiguo jugador de fútbol americano, que aparece en situaciones ridículas –por ejemplo, montando al revés en un caballo blanco– y diciendo con toda seriedad cosas asimismo ridículas. Para más inri, en el anuncio en cuestión sale sobreimpresionada en pantalla la siguiente invitación imperativa: “Huele como un tío, tío”.



Es evidente que el anuncio juega con el humor absurdo, presentando situaciones extravagantes y provocadoramente machistas, exagerando los rasgos viriles. Y es probable que ahí radique su éxito: sin duda, ese anuncio se recordará más que otros mucho más anodinos y “correctos”.

En este sentido, las parábolas que contaba Jesús también contienen toques absurdos y extravagantes, lo cual constituía un extraordinario recurso pedagógico para que el mensaje de la parábola calara en el auditorio. Es lo que vemos, por ejemplo, en la famosa parábola conocida como del hijo pródigo (Lc 15,11-32), aunque el verdadero protagonista sea el padre y el amor o la misericordia que, a pesar de todo, siente por sus hijos.

Detalle de 'El regreso del hijo pródigo', de Rembrandt

En esa historia, el padre es representado casi ridículamente, si tenemos en cuenta los esquemas y estructuras sociales de la época, que hacían del padre de familia (‘despotês’ u ‘oikodespotês’, en griego) un señor absoluto sobre los miembros de su casa: esposa, hijos y esclavos. Así, un paterfamilias que se preciara no podría comportarse con un hijo rebelde –el menor– como lo hace él, saliendo corriendo a su encuentro, olvidando todas las afrentas que le ha hecho y tratándolo como se haría con un hijo modélico. De igual manera, tampoco podría tolerar el comportamiento del hijo mayor, que le discute públicamente y se niega a entrar a la fiesta que el padre ha organizado, desairándolo de una forma intolerable.

Pues, según Jesús, este “padre ridículo” es el que mejor representa la actitud y la misericordia del Padre hacia los seres humanos.