Polvo del imperio


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Mi joven amigo viene de vez en cuando a charlar conmigo. Como Nicodemo, suele ser de noche. No siempre, pero es lo habitual. Me gusta hablar con él y me relaja. Es una conversación entrañable, sobre la vida y los encuentros, sus entornos y las tareas, los acontecimientos que desgarran la cotidianeidad y tantas veces la configuran, sobre las entrañas. A veces, sacando un relato evangélico a cuento, Cristo irrumpe y nos invade.



Últimamente, anda preocupado por formarse, parece que ha llegado el momento de responder a las preguntas que quedaron perdidas en los espacios vacíos de la vida. Las catequesis de confirmación, me dice, no le sirvieron para nada, justifica que era demasiado joven, entiéndase pequeño. Y luego viene la desgana, el abrir los ojos al enjambre del mundo, buscar otros intereses, las amistades que influyen más de lo que uno pueda pensar, y no siempre para bien, los estudios que le absorbían, la carrera, el primer trabajo… y ahora Cristo y la Iglesia.

Esencia del cristianismo

El 27 de diciembre celebramos la misa hispano-mozárabe con toda la solemnidad, en lo que fue la mezquita y luego nuestra primera catedral, por breve tiempo, pues un terremoto acabó con su esplendor. Al hilo de este rito tan antiguo –más que la misa gregoriana–, a mi joven amigo le cuesta entender las divisiones creadas entre unos y otros, con demasiada visceralidad, ya sea por cuestiones rituales, de cofradías enfrentadas, de ropas litúrgicas, de posturas celebrativas, de latín o español, del antiguo ordo, de resucitadas y novísimas órdenes religiosas, de parafernalias varias… que nos hacen olvidar la esencia del cristianismo (quizás deberíamos releer el libro del mismo título de Romano Guardini).

Mitras_obispos

Algunos ritos, vestimentas, procesiones son polvo del imperio, greco romano y bizantino, que se ha quedado pegado en las suelas de nuestras sandalias y no hemos sabido o querido sacudirnos. Luego hemos dado a cada caso, o a cada cosa, una explicación religiosa para justificar su uso y no cambiar nada. Las vestimentas de los obispos son más principescas que apostólicas. La mitra tiene más de signo de autoridad de los funcionarios del emperador bizantino, que de emblema del pastor. Quizás forma parte de nuestra psicología humana, más que espiritual.

Pues al principio no fue así. En los primeros siglos del cristianismo, las ropas de los obispos, diáconos y presbíteros no diferían de los vestidos del resto de la comunidad. Y así muchas otras cosas. No me vale, como dice un compañero de mi joven amigo, que la misa en latín es la única auténtica. Volver a los orígenes y a la simplicidad de lo que nos envuelve es un camino arduo de conversión. ¡Ánimo y adelante!

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