Alberto Royo Mejía, promotor de la Fe del Dicasterio para las Causas de los Santos
Promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos

Pedro Manuel Salado Alba: no hay amor más grande


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En una cultura postmoderna como la nuestra, que se caracteriza -lo dice hasta la Wikipedia- por el individualismo, y por lo tanto por la búsqueda del propio interés con escasa sensibilidad hacia los problemas del prójimo, no deja de llamar la atención el acto de entrega de la vida de aquellos que, sin ninguna obligación (ni jurídica ni laboral ni familiar) son capaces de perder la propia generosamente por los demás. Desde tierras gaditanas pasando por Ecuador y volviendo por fin a Andalucía, nos llega un caso que no deja indiferente a quien llega a conocerlo.



Pedro Manuel Salado nació el 1 de enero de 1968 en el seno de una familia cristiana de Chiclana de la Frontera (Cádiz), era el tercero de seis hermanos; sus padres eran Diego Salado y Pilar Alba de Alba. Fue bautizado en la parroquia de San Juan Bautista y hizo la primera comunión en la parroquia de Nuestra Señora de los Remedios, en su pueblo natal. En esta familia numerosa aprendió el valor de la fraternidad y la sencillez, la humildad, el trabajo y el servicio. Los que le conocieron le describen como un joven emprendedor y a la vez tímido, apasionado por la mecánica y las ciencias físicas. Cuentan que, nada más volver del colegio, se ponía a trabajar en sus proyectos de electrónica y siempre estaba ocupado.

Amante de las pequeñas cosas

Asistió a la escuela primaria y secundaria, pero no continuó sus estudios universitarios porque, alrededor de los años veinte, comenzó a sentir la llamada del Señor, que le fascinó desde el primer momento. Era una persona muy familiar, amante de las pequeñas cosas, le gustaban las reuniones y los grupos de amigos con los que se reunía todos los días, haciendo de la amistad un verdadero medio para promover el servicio a los demás y la dedicación mutua. Le gustaba tocar la guitarra y con este instrumento se unió a un grupo de amigos que se reunían por las tardes en la casa de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, después de terminar los deberes y las tareas escolares.

Pedro Manuel Salado

Pedro Manuel Salado

Con ese grupo hizo una visita a Taizé, donde vivió una experiencia religiosa profunda, que le marcaría para toda la vida. Sintió que Dios le indicaba el camino, que le llevaría al Hogar de Nazaret. Se trata de una institución laical de vida consagrada, misionera, fundada por la laica María del Prado Almagro en 1978 en Córdoba (España) y está compuesta por dos ramas, una de mujeres consagradas y otra de hombres consagrados, sacerdotes y laicos, que viven en fraternidad con una dedicación exclusiva a la misión, teniendo como modelo a la Sagrada Familia de Nazaret.

Con su guitarra y la humildad

Así nos lo explica un amigo suyo: “Pedro Manuel pasó de los Hermanos de La Salle al Hogar de Nazaret, pues en el grupo de La Salle había alguien que era del Hogar. Un día fueron al Hogar y así los conoció Pedro Manuel. Es que él buscaba la manera de ir al Hogar de Nazaret. Vio aquello y le gustó”. Llegó al Hogar de Nazaret como joven voluntario en el verano de 1987, atrayendo a los niños con su guitarra y su humildad. Ese mismo año comenzó su formación en el Hogar de dicha asociación en Córdoba.

En su tiempo de formación, se ocupó de dos niños, que eran algo traviesos como es lógico, lo que muchas veces puso a prueba su paciencia; uno de ellos contaría más tarde, ya adulto, que de Pedro Manuel recordaba que un día fue a castigarles porque se habían portado mal, y que antes de hacerlo les pidió perdón.

En tierras ecuatorianas

Pedro Manuel tuvo que interrumpir el noviciado durante un período de nueve meses, durante el cual prestó servicio militar entre 1989 y 1990. Hizo sus primeros votos como consagrado el 15 de agosto de 1990 y luego permaneció en Córdoba dirigiendo uno de los cinco Hogares que entonces existían en esta ciudad. En abril de 1999, meses después de su consagración perpetua, fue destinado a Ecuador, a la Casa que la Asociación tiene en la ciudad de Quinindé, en la provincia de Esmeraldas, donde en 2002 asumió la dirección de la escuela Santa María de Nazaret. Ya en tierras ecuatorianas, fue descrito en los siguientes términos: “Era paciente y humilde. Esa humildad que tenía la transmitía también a los niños en su forma de ser; ¡cómo corregía al otro sin hacerlo con violencia! En eso destacaba muchísimo”.

Pedro Manuel Salado

Pedro Manuel Salado

Fueron años difíciles, ya que se le encomendó la tarea de fortalecer y proyectar una escuela con solo 8 años de existencia y con más de 500 alumnos, muchos de ellos procedentes de familias muy humildes de Quinindé. En este período, el hermano Pedro, con su dedicación, no solo logró mantener la escuela, sino que también logró ampliarla hasta la secundaria, convirtiéndose en el Colegio Sagrada Familia de Nazaret. Sin embargo, debido a su temperamento, Pedro Manuel rehuía los cargos, por eso en 2008 pidió ser relevado de la dirección de la escuela, petición que le fue concedida sin que por ello abandonara la enseñanza. Su vida eran los niños, pero sobre todo los acogidos en la Casa. No escatimaba tiempo ni esfuerzos para dedicarse a ellos: estudio, juegos, excursiones, teatro para familias, catequesis, cuidado humano y espiritual.

El plano espiritual

Una de las consagradas destinada en el mismo Hogar y que conoció bien al Hermano Pedro, nos habla de su actividad: 2Sus ocupaciones como hermano eran primero en el plano espiritual: ayudar a los que estábamos en el Hogar, a formar a los chicos voluntarios que venían a colaborar con el Hogar. Y además, cuidar de los niños, y nos dividíamos las tareas entre él y yo, cocinar y cuidar a los niños, porque cuidábamos a 8 o 10 niños, vestirlos desde los pequeños hasta los mayores. Todo esto él lo hacía con cariño, con empeño, con entusiasmo: todo lo hacía con mucho cariño, porque su pasión eran los niños”.

El domingo 5 de febrero de 2012, la comunidad misionera había ido con los niños y niñas que habían acogido a una playa cerca de la misión. Era final de curso y quisieron celebrarlo de este modo. Los niños habían estado muchas veces con el hermano Pedro Manuel y con algunas consagradas en esa playa, donde una benefactora ponía a su disposición una gran villa donde podían alojarse, comer, dormir, etc.; nunca había pasado nada, y había más gente en la playa, pero esas corrientes de resaca surgen inesperadamente, como ocurrió ese día. Mientras los niños jugaban en el agua cerca de la orilla, se formó una fuerte corriente de resaca que arrastró a siete de ellos mar adentro, mientras que los otros pudieron salir por sus propias fuerzas. Pedro Manuel, a pesar del respeto que le inspiraba el mar, no dudó en lanzarse al agua diciendo “tengo que salvar a mis niños” y los fue sacando uno por uno.

Muchos riesgos

El vicario general del Vicariato de Esmeraldas explicaría después: “Esta Playa de Tonsupa no es peligrosa de por sí. Soy natural de Esmeraldas y conozco relativamente bien la zona. Pero, al estar la marea muy baja, suele ser peligrosa porque el mar tiende a tirar hacia adentro de los bañistas. Se ha ahogado gente allí, a pesar de que hay vigilantes y socorristas, pero el servicio que prestan es discontinuo e insuficiente”.

La playa de Castelnuovo (sector de la playa de Atacames donde ocurrieron los hechos) está localizada en las proximidades de la desembocadura del río Atacames y por lo tanto está afectada por la corriente fluvial en sentido hacia el Este (especialmente cuando es empujada por el oleaje del viento NW). Lamentablemente, en el día de los hechos hubo tres elementos de riesgos que actuaron simultáneamente: la corriente fluvial y la corriente litoral (las dos en sentido Este y sumando sus efectos) más las corrientes de resaca de la zona.

La vida en juego

Como hemos dichos, mientras los niños jugaban en el agua cerca de la orilla, se formó una corriente de resaca que arrastró a siete de ellos mar adentro. Pedro Manuel, que conocía bien los peligros del mar en una situación como aquella y en otras circunstancias no se habría atrevido a meterse en el agua, no se lo pensó dos veces pues estaba en juego la vida de los niños. Poco a poco fue acercando a los niños a la orilla.

Pedro Manuel Salado

Pedro Manuel Salado

Después de salvarlos a todos, sin embargo él no logró sobrevivir. Así explica su situación una de las consagradas que estaba en la playa aquel día: “Lo llevaron a la orilla. Tuvieron que arrastrarlo porque pesaba mucho. Salió con los ojos cerrados, muy pálido y con las manos sobre el pecho, como si todavía estuviera sosteniendo a los niños. Un hombre intentó reanimarlo, pero llegó una ola y lo cubrió con más agua, y arrastraron su cuerpo más arriba, y fue entonces cuando vieron lo pesado que era. El hombre que lo estaba reanimando dijo: ‘Padre, padre. ¿Me oyes? ¿Me oyes?’. Pero Pedro Manuel tenía los ojos cerrados, siempre cerrados, y no decía nada. El hombre dijo que tenía un débil latido; le hizo la reanimación cardiopulmonar y Pedro Manuel escupió un bocado de agua. Me acerqué a él y le dije: ‘Pedro, lucha. Tú puedes. Todos los demás se han salvado’. Entonces volvió a jadear, pero con mucha espuma; ya no era agua. El hombre siguió haciéndole la reanimación cardiopulmonar”.

Comenzó a rezar

Otra de las consagradas sigue explicando: “Me dijeron que lo estaban reanimando, y que una familia también comenzó a rezar. (…) Pedro Manuel me parecía muy mal, con un color extraño, verdoso e hinchado. Pusieron a Pedro Manuel en la parte trasera de la camioneta, y Marlene estaba con él. En el camino, Marlene dice que el brazo de Pedro Manuel se cayó. Cuando llegaron al hospital, sacaron una camilla y le hicieron algo en la puerta. Una vez que su cuerpo estuvo dentro del hospital, una enfermera dijo que no tenía signos vitales. Lo pusieron en una habitación, yo estaba presente, y le dieron varias descargas eléctricas. El médico dijo algo así como: «Ya está». Al principio entendí que había reaccionado, pero no fue así”.

Este acto de dar la propia vida salvando a los 7 niños que estaban en el agua en el momento de la fuerte resaca y las olas, llevó a la diócesis de Córdoba -donde tiene su sede la asociación del Hogar de Nazaret- a proponer a Pedro Manuel como candidato a los altares según la vía aprobada por el papa Francisco del “ofrecimiento de la vida”, todavía bastante nueva y poco explorada. Pero la causa camina rápido hacia su conclusión y todo hace pensar en que se puede encuadar perfectamente en dicha vía nueva.

Desde la libertad

Para ello, ha sido de suma importancia comprender si el misionero era consciente del peligro al que se enfrentaba, si lo aceptó libremente y no se vio abrumado por las circunstancias. Las palabras de una de las consagradas, que lo conocía bien y estuvo presente en los hechos, son de gran importancia para este aspecto importante de la valoración de su muerte.

Ella lo ha interpretado con gran lucidez: “Siempre he visto a Pedro Manuel meterse en el mar y disfrutar nadando con los niños cuando íbamos a la playa. Lo consideraba un buen nadador. Creo que era plenamente consciente de la situación crítica en la que se encontraban los niños: si no hubiera sido así, no se habría tirado al agua. Y creo que al principio no se dio cuenta de que iba a ser peligroso para él, pero luego sí se dio cuenta, cuando los niños se alejaban cada vez más y estaban más dispersos. Creo que se dio cuenta de que la situación de los niños era desesperada, especialmente la de los dos últimos, cuyas cabecitas ya casi se habían perdido. Creo que al final Pedro Manuel era plenamente consciente de que su intervención le iba a costar la vida”.

Otra de las consagradas confirmaba esta conciencia de Pedro Manuel ante la muerte segura, especialmente al final del rescate: “Creo que se dio cuenta de que la situación era desesperada para los niños, especialmente para los dos últimos, y uno de ellos era su querido Alberto. Cuando cogí a Selena, me dijo: ‘mi papá ya no ve, mi papá ya no habla’. Estaba más preocupada por él que por sí misma. Creo que él se daba cuenta de que estaba agotado y de que lo que había hecho le iba a costar la vida”.

Fuerzas desgastadas

Con toda probabilidad, según iba sacando a los niños se daba cuenta de que las fuerzas se le iban gastando y la elección decisiva fue entre sacar a los dos últimos, que estaban ya bien lejos de la orilla y hundiéndose, o por el contrario salvar la propia vida. Nadie le habría echado en cara si hubiese elegido lo segundo, pero Pedro Manuel eligió lo primero.

De gran importancia ha sido también el poder entender si lo hizo como un acto espontáneo no plenamente libre o fue consecuencia de su amor cristiano a los muchachos recogidos en el Hogar en el que trabajaba. Un venerable sacerdote de Cördoba que lo conocía bien por haber sido su director espiritual, explica su convicción de que la caridad le impulsó a realizar un acto de amor: «Se podría decir que, al final de su vida, Pedro Manuel se arrojó al agua de una manera que parecía temeraria a los ojos humanos para salvar a esos niños, pero fue precisamente la virtud de la caridad la que le llevó a realizar ese acto heroico».

Eco mediático

La noticia de su muerte conmocionó profundamente a las agencias de noticias de muchos países, desde la televisión hasta la prensa, pasando por las distintas emisoras, revistas, páginas web, numerosos blogs y redes sociales. Muchos medios de comunicación dieron la noticia, la comentaron y escribieron numerosos artículos sobre Pedro Manuel, que salvó a sus niños del peligro inminente de ahogarse.

Tras la correspondiente investigación de las causas de la muerte, que inmediatamente se consideró un acto heroico motivado por la caridad, Pedro Manuel fue trasladado a España y enterrado en su ciudad natal, Chiclana de la Frontera, donde fue recibido con gran admiración y gratitud por una gran multitud y pronto fue honrado por las autoridades locales con la concesión de la medalla de oro. Reconocimiento civil sin duda muy significativo y merecido, pero humilde en comparación con el reconocimiento que el mismo Cristo hizo de una muerte como la suya: “No hay amor más grande que el dar la vida por los amigos” (Jn. 15, 13).