José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Paso a paso. Poco a poco. Golpe a golpe. Verso a verso


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Se preveía. Era cuestión de días. Paralelamente a las primeras decisiones ejecutivas de Joe Biden en su toma de posesión como presidente Estados Unidos, acompañada de medidas liberadoras y beneficiosas para los sueños de los migrantes, se estaban desarrollando, de nuevo, los primeros pasos de una nueva caravana de migrantes centroamericanos hacia la frontera con Estados Unidos.



Al mismo tiempo que en Washington los militares creaban un muro protector para el desarrollo del acto y evitar un nuevo atropello golpista de los partidarios del expresidente Trump (a quien tanto le gustaba gobernar a “golpe de tuit”), en Chiquimulas (Guatemala) se sucedía una violenta represión por parte del ejército y la policía contra la nueva Caravana de migrantes. Proveniente principalmente de Honduras. Desean huir de la pobreza, la violencia y la devastación causada por dos grandes huracanes en noviembre pasado y que quieren llegar a Estados Unidos vía México. Lo hacen paso a paso, y en grupo. Para protegerse mejor.

Es una nueva situación similar a la de las anteriores intentonas que se vienen produciendo desde hace varios años. Poco a poco. Como el agua pausada que va erosionando el pedernal. Porque la gota de agua rompe la piedra, no por su fuerza sino por su constancia. Para que no se olviden los derechos humanos. Como insistentemente hace la viuda –prototipo del personaje pobre– al buscar justicia llamando, golpe a golpe, a la puerta del juez inicuo ( Lc 18, 1-8 ).

Contrario a las bienaventuranzas

Y es que la pobreza de la que huyen los caminantes de las caravanas y la que deben evitar todos los actores políticos del mundo es una vulneración de los Derechos Humanos y que es contraria al espíritu de las bienaventuranzas que a tantos nos atañen. Tocar o tender la mano al pobre –recuerda el Papa– es una invitación a la responsabilidad y un compromiso directo de todos aquellos que se sienten parte del mismo destino. Cada uno como pueda. Y donde esté. Es una llamada a llevar las cargas de los más débiles, como recuerda san Pablo: “Mediante el amor, poneos al servicio los unos de los otros. Porque toda la Ley encuentra su plenitud en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. […] Llevad las cargas los unos de los otros” (Ga 5,13-14; 6,2).

La libertad que nos ha sido dada con la muerte y la resurrección de Jesucristo nos impone la responsabilidad de ponernos al servicio de los demás, especialmente de los más débiles. No se trata de una exhortación opcional, sino de una condición de la autenticidad de la fe que profesamos los cristianos. Los católicos entre ellos, como se declara Joe Biden. Los caminantes en Centroamérica se lo recuerdan. A nosotros también. Cada poco.

Existe el riesgo de considerar la pobreza como una realidad estática e inmutable. Pero la pobreza no es una categoría que encorseta a la persona que se encuentra en ella estigmatizándola. Es una situación de la que es preciso salir. Por eso caminan los migrantes que buscan dignidad, trabajo y libertad. Lo hacen con cada “paso a paso” que golpea los caminos hacia la frontera. La física y la de la exclusión.

Es necesario mirar a la pobreza en general y al pobre en particular con ojos dignificadores y no paternalistas, y ello solo se logra reconociendo al pobre como ser humano titular de derechos inalienables que deben ser respetados y promovidos. A golpes de caridad política concreta de la que habla ‘Fratelli Tutti’.

Como recuerda el Papa, es un compromiso con los procesos. Que estos son más importantes que ocupar los espacios. Y aunque los espacios ante el Capitolio de Washington hayan estado muy poco llenos, sí era importante iniciar nuevos procesos. Algunas de las medidas inmediatas tomadas por Biden –algunas, repito– van por esos caminos de restaurar la dignidad, la protección y la inclusión de los migrantes Poco a poco. Paso a paso. Golpe a golpe.

Incluso “verso a verso” como cantaría Machado. Aquel que peleó siempre por medio de un arma que siempre deja la huella incruenta en el camino del tiempo: el arma de la palabra. Se abrió su propio camino humildemente y fue consecuente hasta la muerte. Poco a poco, paso a paso, golpe a golpe, verso a verso. Porque el  final es que –ya lo sabéis– “se hace camino al andar”.