José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

¡O’scià!


Compartir

Escribo en la hora de mi relevo en el Secretariado de Migraciones de la CEE entregando el testigo a una mujer, con la satisfacción del deber cumplido y en la seguridad de que es para mejor. Se trata de la anterior directora del Departamento de Migraciones-Trata, Mari Fran Sánchez Vara. Para servir en el arco iris de la diversidad migratoria (emigración, inmigración, refugiados, trata de personas –mujeres y menores–, pastoral con los gitanos, pastoral de ferias y circos, pastoral de la carretera y apostolado del mar) a la que está entregada tanta buena gente.



Es un buen momento de relevo para implementar con otros acentos la imprescindible, profética y enriquecedora voz evangélica –junto con otras voces– para y con los otros. Acercándonos a esos “otros” que nos enriquecen en la diversidad, cuando la Conferencia Episcopal está acometiendo líneas de reestructuración realmente importantes. Porque si no somos capaces de acercarnos a los “otros”, será más difícil acercarse al “Otro”. Esta voz femenina nos ayudará mucho.

Y para mi es una fecha simbólica y paradigmática: en el 7º aniversario del impactante viaje del Papa a la isla italiana de Lampedusa, donde, por cierto, poco meses después de aquellas fechas hubo otro naufragio en el que una barcaza con unos 500 inmigrantes a bordo –entre ellos muchos niños y mujeres embarazadas– empezó a hundirse a media milla de la isla. Estos encendieron fuego para pedir auxilio, lo que provocó que, dado que el fondo de la barca estaba llena, volcara. Tan solo 150 consiguieron salvarse y se recuperaron 200 cadáveres. Con el agravante de que al menos tres barcos de pesca pasaron cerca, sin detenerse a ofrecerles auxilio.

En vez de un lujoso coche oficial, un jeep pequeño, viejo y prestado. Lo único que la alcaldesa socialista y el párroco inquieto de esta isla de 5.000 habitantes no habían podido prever para esa visita eran las palabras de Jorge Mario Bergoglio. Y fue por esa rendija por donde el Papa colocó sus golpes directos al corazón.

Muchas gracias por lo que ha hecho

“Saludo cordialmente a la alcaldesa [de Lampedusa], la señora Giusi Nicolini: muchas gracias por lo que ha hecho y sigue haciendo. Quiero tener un recuerdo para los queridos inmigrantes musulmanes que esta tarde comienzan el ayuno del Ramadán, con el deseo de abundantes frutos espirituales. La Iglesia está a su lado en la búsqueda de una vida más digna para ustedes y para sus familias. A ustedes: ¡O’scià!”.

Fue uno de los primeros saludos del papa Francisco en el Campo de deportes Arena el 8 de julio de 2013 en su visita a Lampedusa. Visitaba la isla a los pocos meses de ser elegido Papa Lo hacía tras haber recibido una carta del párroco de la isla que en aquel verano de 2013 se había convertido en un inmenso campo de refugiados.

“O’scià”, es el saludo que introdujo el Papa. Toma su nombre de las palabras con las que se saludan intensa y afectuosamente en Lampedusa. Significa literalmente “mi viento”, “mi aliento”. Porque quieren transmitirse pasión, fuerza, energía. Y que también, en forma de un acrónimo, recoge el sentido de un proyecto de integración que se ha celebrado varios años, en donde grupos étnicos, culturas y religiones se reúnen para articular la posibilidad de pensar en común. También para compartir palabras y gestos que ayuden a comprenderse mejor en la deseable comunión desde la diversidad, a la que todos aspiramos.

Lampedusa, primera visita como Papa

Aliento, soplo, fuerza, espíritu… El Papa habla desde la espiritualidad (impregnada en este caso del carisma ignaciano) que es como el alma de lo que nos empuja en la vida, que es un poco como la música, cuando uno descubre lo mejor de sí mismo, y que nos puede hacer redescubrir las cosas más hondas y preciosas de nuestro ser con y para otros.

A siete años de la visita en la isla de Lampedusa, se hace todavía más urgente la llamada en aquella ocasión del papa Francisco (a quien Dios guarde muchos años para sentirnos y vernos como hermanos los unos a los otros). En la era de la pospandemia, no hay posibilidad de salvarse solos, la fraternidad es el único camino para construir el futuro.

“¿Dónde está tu hermano?, la voz de su sangre grita hasta mí, dice Dios. Esta no es una pregunta dirigida a los otros, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros”. Gritaba el Papa para ti, para mi, para todos. Repetirlo, recordarlo (volverlo a vivir) es disponerse siempre a estar en salida. Como quiere a su Iglesia (¡tan nuestra!). Que se ve mejor desde las periferias. Saliendo… Y viendo “el rostro de Dios que está en los extranjeros que pone en nuestro camino”, como dijo ayer en memoria de aquel día.

Recuerdo crónicas de hace siete años. Refuerzan mi momento actual: Y es que en la cuesta empinada que va del puerto a la parroquia de Lampedusa, una mujer joven se enjugaba las lágrimas con la visita del papa Francisco y le decía a su hija: “No lloré cuando te parí y estoy llorando ahora”. Y tanto le debió impactar al Papa este viaje que lo sigue celebrando anualmente en el Vaticano. Gestos, palabras, signos…

En aquel viaje lanzó una corona de flores en el Mediterráneo. Expresaba su abrazo a los descartados de la tierra. Recuerdo que en los meses posteriores al naufragio descubrieron a algunos cadáveres abrazados. La corona lanzada al Mare Nostrum era un gesto impactante más. Un abrazo para ellos, para ti, para mi. Para todos. En una Iglesia necesitada también de vitaminas para resucitar yo también lo recibo en mi situación actual como si me lo entregara a mi mismo. Para ti, para mi. Para todos. Un abrazo lleno de aliento: “¡O’scià¡”.