Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Orar con Pedro Casaldáliga


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El claretiano catalán Pedro Casaldáliga nació en una masía barcelonesa en 1928, donde de niño contempló y sufrió la Guerra Civil. Cautivado por la entrega misionera de San Antonio María Claret, quiso dar su vida entera en la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María (CMF), conocidos como claretianos. Su primera misión fueron las fábricas, barracas, familias migrantes y obreras de Sabadell y Barcelona. La experiencia en Guinea Ecuatorial le marcó profundamente: “Sentí furiosamente la realidad y la llamada del Tercer Mundo. Y cuando regresé… llevaba para siempre en el corazón… a los Pobres de la Tierra y esa nueva Iglesia, la Iglesia de los Pobres”.



En 1968 fue enviado a la Amazonía brasileña, al Mato Grosso. Allí quedó impactado por la miseria y el anuncio del Reino de Dios fue defensa de los pobres y trabajadores explotados por los latifundistas y multinacionales, los indios a los que se robaba su tierra milenaria, los ciudadanos oprimidos y asesinados por la dictadura y los militares.

En 1971 el papa San Pablo VI lo ordenó obispo de la diócesis de San Félix de Araguaia, donde formó un equipo de 80 agentes de pastoral. Su decisión de vivir pobre entre los pobres la mantuvo hasta el final de su vida y viajaba en autobús y canoa por toda la diócesis. La diócesis construyó escuela, hospital y múltiples servicios y proyectos sociales, y promovió las culturas nativas.

 En 1976 un sicario intentó matarlo de dos tiros que, errados, mataron a su compañero y amigo, el padre Juan Bosco Penido, mientras ambos visitaban a presos. Casaldáliga fue víctima de intentos de asesinato, persecución, censura, difamaciones, presionado incluso por la Iglesia desde Roma. Se puso precio a su cabeza, pero milagrosamente la comunidad popular custodió su vida y Pablo VI lo defendió cuando avisó: “Quien toca a Pedro, toca a Pablo”, refiriéndose a sí mismo. La protección internacional salvó su vida, pero no la de muchos otros cristianos de la región, que perdieron su vida por la Fe y la justicia. Durante toda su vida la celebración eucarística, la oración y la poesía formaron parte de todo lo que hacía y decía.

En 1992 renunció al Premio Nobel de la Paz en favor de la activista guatemalteca Rigoberta Menchú. En 2020, entregó su vida al Señor.

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