Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Operación bikini


Compartir
Es probable que tenga que ver con el hecho de haber entrado en los bochornos andaluces propios de junio desde el invierno uruguayo, sin anestesia y mediando apenas unas horas de vuelo. El caso es que este año el verano me está pillando un poco con el pie cruzado. No me refiero solo a las olas de calor y sus sofocos, sino también a que no estoy mentalizada al hecho de encontrarme gente camino a la piscina, toalla y bronceador en mano.
Esto no me sucede en otras épocas del año. De hecho, basta ir al supermercado a partir de octubre para hacerme a la idea de que la Navidad está por venir. Supongo que esto tampoco me pasaría si me tomara en serio esos previos a lucir más piel de la habitual y que condiciona a muchas personas durante algunos meses: la “operación bikini”.
En un contexto político tan revuelto, conviene recordar que esto de la “operación bikini” no tiene nada que ver con misiles, drones ni bombardeos. No supone más despliegue militar que la inquietud veraniega de muchos ante la exhibición de partes de su cuerpo que, en otras épocas del año, permanecen protegidas de la mirada propia y ajena. Se me ocurría pensar lo atinado que resulta celebrar el Corpus Christi en esta temporada. En una momento en el que se pone a prueba la compleja relación que a veces establecemos con nuestro cuerpo, somos invitados a reconocer, valorar y agradecer que nuestro Dios tenga cuerpo y que, además, se empeñe en permanecer presente y acompañándonos en el día a día.
Nos brota con facilidad percibir y criticar cómo la presión social hace difícil la reconciliación con cuerpos “no normativos”, que no responden al canon estético propuesto por la sociedad y que rompen expectativas y modelos propuestos. Eso sí, no es tan sencillo darnos cuenta de cómo nos cuesta acoger lo “poco normativo” que es el Señor al que seguimos cuando se hace presente en la eucaristía, en los más pobres y en una comunidad eclesial marcada por luces y sombras. Todos estos son lugares donde reconocer y adorar ese Corpus Christi que nos acompaña en la existencia, donde nos cueste descubrirlo por más que lo sepamos.

Somos cuerpo

Hemos de reconocer que en la Iglesia no siempre hemos colaborado en esta sana tarea de fomentar una relación equilibrada con el que, san Francisco de Asís, llamaría “hermano cuerpo”. Quizá podría ayudar si damos carta de ciudadanía a sus necesidades, a sus sufrimientos y a su capacidad de disfrute, si acogemos sus límites y sus posibilidades y, sobre todo, si aceptamos y extraemos todas las consecuencias del hecho de que somos corporalidad. Solo a través de ella podemos amar, cuidar, comunicarnos y entregar la existencia al estilo de Quien nos amó hasta el extremo diciéndonos: “Tomad, esto es mi cuerpo” (Mc 14,22).