Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

Nosotras las invisibles


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Este lunes 9 de marzo en México muchas mujeres decidieron no trabajar, no usar las redes, no llevar a las hijas a la escuela. No por capricho, sino como una expresión de hartazgo por la violencia de la que cada día somos víctimas en sus distintos tipos: física, económica, laboral, sexual y verbal. Este movimiento sin precedentes, las calles y los lugares concurridos por nosotras lucen vacíos. ¿Y qué pasaría si no hay quién venda boletos en el metro, pues son mujeres quienes tienen asignada esta función? ¡Y qué pasaría si las mujeres deciden renunciar y no procesar pagos en los bancos, pues un gran porcentaje son mujeres?  ¿Y qué pasaría si se escasean las maestras en las guarderías, pues cuidar a niñas y niños es trabajo encomendado a ellas; las médicas, las secretarias y enfermeras?



Hoy nos dimos cuenta de que muchas de ellas, de nosotras “las invisibles” existíamos. Y si faltáramos, no habría de otra que le tocaría a más y más hombres desarrollar las competencias específicas para desempeñar nuestras funciones. Esto nos hace conscientes que hay una serie de prejuicios que justifican el por qué hombres o mujeres deben desempeñar ciertos roles, hablar de una u otra forma, educarse de una u otra forma, ocupar ciertos cargos. Se piensa en ellos, antes que en nosotras las invisibles.

Imagen: Mujeres. Revista Monocloe

Con un paro, lo que queremos visibilizar son las aportaciones que las mujeres realizan a los sistemas públicos, a la familia a las instituciones y la poca atención que esas instituciones tienen a la hora de entendernos, de retribuirnos, de cuidarnos. Las mujeres destacamos en muchos ámbitos como científicas, lideresas comunitarias, reconocidas activistas. Muchos pensarían esto no es ninguna novedad. Pero esto sí que es en una hazaña en el entramado de instituciones patriarcales que nos ha sido heredado de generación en generación que detonan las cifras escalofriantes de los feminicidios como una de las expresiones más crueles. Siempre una mujer encuentra barreras invisibles y visibles que se manifiestan en prácticas cotidianas muy arraigadas: bromas, comentarios, prejuicios, actos de discriminación que nos afectan y detonan consecuencias que todavía no son socialmente reconocidas o cuantificables. No se trata de culpar solamente a los hombres por este trato, las mismas mujeres somos corresponsables de alimentar esas rutinas cotidianas que nos afectan.

También en nuestros quehaceres de Iglesia Pueblo de Dios tenemos también un debate pendiente. Nuestras contribuciones están también invisibilizadas y poco reconocidas a pesar de que aventajamos en mayoría en nuestros compromisos pastorales. Religiosas, misioneras, catequistas y laicas comprometidas han sido tratadas con discriminación, consideradas poco capaces, relegadas a ciertos roles. Apenas hace unas semanas el papa Francisco nombró a una mujer en el cargo de Subsecretaria en la Sección para las Relaciones con los Estados. Por mucho tiempo, vetamos los intentos de cualquier teología que llevara como apellido “feminista” encontrando muchas de las aportaciones intelectuales de esta corriente mayor eco en otros grupos que son externos a la misma estructura eclesial. Nuestros planteamientos han sido siempre destacados en la vida eclesial, empezando por figuras icónicas como Teresa de Ávila, pasando Sor Juana Inés de Asbaje y, más recientemente en México, Concepción Cabrera y María Inés Teresa Arias.

Paremos, se vale hacer un alto y reconocer que como Iglesia necesitamos ser cada vez más conscientes de los momentos en que por acción u omisión toleramos la violencia en todas sus formas y cerramos la posibilidad de actualizar la Misión Eclesial con y para nosotras las invisibles.