Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Ministerios, física cuántica y otras limitaciones


Compartir

Quizá es que mi nivel de exigencia es muy alto, pero, cuando me toca impartir una asignatura nueva, paso muchas horas preparándola del mejor modo posible. Por más que se trata de materias en las que me he especializado, lo hago para que mis alumnos no se vean perjudicados por la inevitable inexperiencia de quien se enfrenta a algo nuevo. Este reparo que yo tengo no parece abundar entre los políticos, pues cambian de responsabilidad y de cartera ministerial casi sin despeinarse.  



De Política Territorial a Cultura

En los últimos días, por ejemplo, hay quien ha pasado de encargarse del Ministerio de Política Territorial y Función Pública al Ministerio de Cultura y Deporte, como si conocer las peculiaridades autonómicas y cada uno de sus intríngulis hubiera sido una especie de maratón o un verdadero show musical, de modo que le haya entrenado para asumir sin reparos un cargo diametralmente distinto al que se tenía. No sé si estos cambios de funciones son necesarios a nivel político, pero, que tanta responsabilidad quede en manos de gente que “tiene que ponerse al día” en unas cuestiones para las que no está formado, a mí me despierta cierta inquietud. Vamos, como si a mí me piden en septiembre que imparta física cuántica durante el próximo curso.  

De todo esto, yo me quedo con dos ideas que me ayudan a pensar y que os comparto. Por una parte, esta situación me recuerda lo importante que es ser consciente de las propias limitaciones. Es verdad que todo cambio nos saca de nuestra zona de confort y nos exige poner en juego lo mejor de nosotros para adaptarnos a una nueva realidad. No obstante, tenemos unas energías limitadas que conviene ubicar. Como el personaje de la parábola, necesitamos calcular nuestras fuerzas antes de lanzarnos a construir una torre, vaya a ser que no podamos terminarla y seamos motivo de burla (cf. Lc 14,28-30). 

Estos reajustes del Gobierno también me animan, por otro lado, a valorar las capacidades de los demás. Como recuerda Sirácida, “cada uno es sabio en su oficio” (Eclo 38,31), y, si bien todos somos necesarios en esta tarea de construir un mundo más humano, cada uno ha de llevar adelante aquello para lo que es “sabio”. Esta situación puede ser una buena oportunidad para mirar a quienes nos rodean reconociendo esa sabiduría propia, quizá insustituible, pero que nos enriquece a todos.