Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Los regalos de los “Reyes Magos”


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La celebración de la Fiesta de Reyes bien nos sirve de excusa para ver los muchos regalos que hemos recibido en la vida y de los cuales no tenemos conciencia. Es más, producto de nuestra formación más bien individualista y del denominado sesgo egocéntrico que nos hace poner más atención en lo que nosotros hacemos y menos en lo que hacen los demás, casi siempre damos por hecho que los éxitos son merecidos, los logros, frutos de nuestro esfuerzo y la dicha el néctar final de nuestra genialidad y trabajo. Casi ninguno de nosotros es consciente que gran parte de lo que hemos logrado, lo que somos y lo que poseemos es la suma de una compleja ecuación de circunstancias donde no tuvimos nada que ver, suerte y nuestro pequeño aporte o disposición final.



En Chile, decimos que todo niño al nacer viene con una marraqueta bajo el brazo, aludiendo al pan batido típico nacional, en el sentido de que viene aperado con una serie de recursos para sortear su destino y ayudar a sus papás. Así también, cada uno de nosotros, sin importar el país o lugar donde haya nacido, podría hacer el ejercicio de ver los “regalos” o bendiciones que “venían en su paquete” existencial sin mérito o esfuerzo alguno. Nacer en un país occidental donde hay ciertos derechos humanos ya garantizados ya es un “regalo” que debiésemos atesorar. Nacer en un hospital, en una familia más o menos constituida, tener acceso a agua potable y servicios básicos, recibir educación, tener paz en la ciudad, contar con la posibilidad de viajar, tener hermanos y amigos, una naturaleza diversa que lo envuelva, recibir formación religiosa, etc.

Sin embargo, el éxito no se remite solo a las circunstancias geográficas y/o políticas y económicas que podamos haber recibido al nacer, sino que la lógica de lo “regalado por la suerte”, o en lenguaje de un creyente, por la mano providente y generosa de Dios que actúa e interviene en la historia para que nos despleguemos en nuestro máximo potencial, sigue actuando todos los días y en todo encuentro y proyecto humano. Cada día es un regalo estar vivo, estar sano, tener la oportunidad de trabajar y aportar a la comunidad, tener una familia en la que sostenerse, contar con grupos de pertenencia y aportar a la sociedad con nuestra originalidad. Cada proyecto que se concreta, cada viaje o sueño, no sólo es el fruto de nuestra planificación o el estudio acucioso de nuestra carta Gantt, sino por, sobre todo, una gran oportunidad que nos regala la vida de poder plasmar nuestras ideas en medio de su inmensidad. Es como si toda la madre tierra se confabulara para dejarnos dar una puntada personal en medio de su infinito tejido de colores que sostiene a la humanidad. El problema radica en no ser conscientes de esa generosidad y apropiarse del hilo, de la madeja y de todo el sistema como propiedad y obra personal.

El sesgo egocéntrico ya no da para más

En todo vínculo humano, es muy frecuente que creamos que aportamos más que los demás. Sucede en las parejas, en los trabajos en equipo y hasta en los libros escritos por varios autores donde cada uno cree que el porcentaje de su autoría es superior al que estiman los demás. Esto sucede porque tenemos muchos más sentidos puestos en nosotros mismos que en el aporte del resto, pero esto también lo podemos extrapolar al aporte de Dios en nuestra vida concreta y en la vida en general. “Los reyes llegan todos los días” a nuestras vidas bendiciéndonos con capacidades, ideas, proyectos, vínculos, lugares, oportunidades que no podemos dar por obvias sino agradecer y reverenciar porque no las hemos ganado, sino que son gratuitas y maravillosas.

Solo algunos adelantos para encarnar: puede sonar cliché, pero la misma salud ya es “oro” en nuestras manos y cada segundo la debiésemos agradecer y alabar a Dios por ella. La capacidad de mirar, oír, sentir, gustar, tocar el mundo que nos rodea ya es un salto cuántico de interacción con la felicidad. La capacidad de expresarnos y “lenguajear” como decía el neuro lingüista chileno Maturana tampoco es evidente y la debiésemos consagrar en cada palabra que podamos pronunciar. La Palabra crea realidad y es un “fuego” que hemos tomado prestado a los dioses para “bien o para mal”. Nuestra capacidad de amar, de irnos a las honduras del corazón y sufrir y gozar conscientemente también es un regalo de la Epifanía que no podemos desestimar. Nada más triste que aquellos que van anestesiados por la vida porque son zombis en realidad. Y si vemos los regalos que recibimos a nivel espiritual, no podemos negar que nuestra capacidad de trascender el mundo físico no tiene nada de mérito personal. Es un regalo que viene prendido en el alma como una estrella y que no podemos apagar.

Darle su lugar a Dios

Ojalá en estas fiestas podamos sacarnos del centro de todo y poner al Señor en su lugar. Somos apenas instrumentos de su obra, pero profundamente amados por Él y por eso procura darnos todo para nuestra felicidad. A nosotros nos queda darnos cuenta, agradecerlo, compartirlo y no adueñarnos de nada ni menos apropiarnos de ellas como mérito personal.