Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

Los posibles y la acción


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El bueno y sabio de Juan Martín Velasco, al que en cada artículo desearía citar porque siempre ha estado presente, nos decía: “Es muy probable que, mientras nos mantengamos en el orden del puro conocimiento, no lleguemos ni siquiera a barruntar el significado del Misterio en el orden religioso” (IFR, 113).



Un poco más adelante, en este mismo libro, se habla del sacrificio. En sacrificio entra dentro de lo posible para la persona. No como condena, no como se usa habitualmente, sino como la posibilidad de “hacer algo sagrado”, introducir en lo de Dios algo que, de suyo, parece que no le corresponde. Eso es sacrificar. Y muy especialmente, casi únicamente diría yo, la vida. Tenemos esa posibilidad, la de actuar para entrar en lo de Dios, para meternos en lo de Dios, para participar de su Misterio, para dar un paso más, con nuestra libertad, dar el salto definitivo.

La acción se presenta en Blondel bajo el signo de un triple interrogante, como Kant en su antropología: lo que sé, lo que quiero y lo que hago. Y en cada uno de estos ámbitos, tan separados y unidos, aparecen ocultas incógnitas sin resolver para la vida cotidiana. ¿Por qué no hago lo mejor que sé? ¿Por qué hago el bien que no sé? ¿Cuál es la obligación que dirige la acción, de la que siempre estoy dependiendo y me construye o destruye, me afirma o niega? ¿Qué resiste a lo que hago?

En los posibles, es muy luminoso volver sobre algún párrafo de Aristóteles, cuando abandona el término medio como principio moral y descubre que hay cosas que ni se plantean dentro de su principio de discernimiento; se sitúan al margen, como una paradójica ruptura radical. Quizá las cosas buenas admitan excesos o defectos, pero aparece en mal en el que no cabe término medio. Aristóteles descubre que existe el mal mismo, el mal que no se debería plantear. El mal que niega sentido a todo lo demás. También forma parte de lo cotidiano: lo implanteable, lo innegociable, el límite en el que dejamos de ser personas. Y ahí está el reto.

Conversión y sacrificio

Simon Weil dice en ‘Echar raíces’ (Trotta, p. 155): “Un avaro no es avaro cuando empieza a atesorar”. En el párrafo anterior, habla del auténtico sacrificio: “Hay acciones que tienen la virtud de llevar de la tierra al cielo una parte del amor que hay en el corazón de un ser humano.” Lo dice como conclusión a cierta tradición budista. Y qué bueno haber visto unidas a todas las religiones en oración esta semana a favor de la buena humanidad. Leería este texto a la luz de un cuento desasosegante de Tolstoi, ‘¿Cuánta tierra necesita un hombre?’. Su final, leído desde la esperanza por salvar al personaje, debería ser al revés, una llamada al arrepentimiento: “¡Cambia, descubre lo mejor y más importante, reconoce a qué has entregado lamentablemente tu vida, da la vuelta, gírate para salvarte!” En hebreo, conversión es “darse la vuelta”, pero a sí mismo, como en un cierto abandono de sí que es entrega de sí. ¡Vuélvete! ¡Qué llamada tan honda!

La Eucaristía, tan debatida en redes estos días por su participación en ella, tiene mucho de sacrificio. He leído de todo, coincidiendo con el Pliego de Ángel Cordovilla en Vida Nueva, pero no para abstenerme de información, sino para saber situarme. Nos ha dado, esta cuestión, una buena foto de la Iglesia y su sacrificio. ¿Qué es lo que la Iglesia está llamada a hacer sagrado? Leería, con más cuidado, el testimonio (martirio, exposición a la muerte como testigos) de sacerdotes como Vicente Esplugues o laicos como sanitarios cristianos que han estado muy cercanos al prójimo que no conocían antes de todo esto. Sobre la Eucaristía y nuestro lugar en ella, recomiendo leer la vida escrita de Mª Cristina Inogés en su libro último: “Todos somos tejido eclesial y todos tenemos una responsabilidad similar, aunque a algunos les cueste entenderlo y den por hecho que unos pueden disponer de su poder -como norma- y otros deben obedecer sumisamente -también como norma-. Por si alguien tiene duda, estoy hablando de corresponsabilidad (…) y comunión.” (p. 63). Ojalá, respecto de la Eucaristía y la comunión, ejerciéramos una responsabilidad similar.

Por ir más allá, y volver a la intemperie de la que hablaba –incluso bellamente, cuando no tiene nada de bonito y mucho de sacrificio– Juan Martín Velasco. Lo de Abran dejando todo sin saber dónde llegará, sin vocación capaz de cambiar su nombre, el primer paso de lo que quedaba por venir. En el principio, nada está dicho. Lo posible está abierto, y bien lo muestra Kierkegaard, al radical imposible del tiempo, a la lucha contra la circunstancia, a lo incalculable de la respuesta que se deja inundar por la gracia como un rayo que lo derrumba todo. La gracia siempre es lo posible, tomado humanamente como lo imposible, lo que hay en mí más que mí mismo.

Un bello libro, para estos tiempos tan extraños, es ‘La mirada del amor’, de Chrétien. Leedlo si lo tenéis, una vez más. Si nuestro tiempo es visto bajo el prisma de la tentación, el capítulo 4 nos hará bien leerlo con prudencia. “La idea de que la peor de las tentaciones es la ausencia de tentación adquiere su verdad en un diálogo, en una relación íntima de Dios con el hombre, en la que Dios, con toda la alegría que le proporciona entregarse, llevado por su violencia caridad, debe, en primer lugar, abrir un espacio en el que pueda ser recibido”. ¿Ausencia de tentación? ¿Es posible que el tiempo nos deje sin preguntas sobre nosotros mismos, ante las que responder? ¿No es la vida una continua tentación y pregunta sobre lo que somos, en qué apoyamos nuestra existencia? ¿Cabe vivir de la nada, acomodarse sin más, carecer de principios? ¿O vivir es esa pregunta sobre qué es la Vida?

Vivimos en un tiempo extraño, que tiene algo de extraordinario, de aproximación a la muerte, de pregunta por la vida. La capacidad humana para adaptarse, casi acomodarse en dos meses con miedo a lo de antes. Volvamos a la normalidad de la familia, de los amigos, y poco más. La nueva normalidad es la pregunta por dónde volveremos.

Si alguien lee estos días ‘La ley de la violencia y la ley del amor’, de Lev Toslói, y quiera dialogar… En Twitter, @josefer_juan